Pestaña.

No, señora. No. No se trata de cómo usted me ha hablado durante todas estas tardes de filas y gente amontonada esperando ser llamada. No se trata de su manera absurda de combinar las faldas con las blusas y ese bolso negro que siempre trae y que seguro lo compró en algún almacén barato de ropa usada y de pésima calidad, ni tampoco de que su voz ya carezca de la mínima explosión de vida luego de tantos años de llamar por nombre con  el micrófono a personas que no conoce entre las ocho y las seis de la tarde. No, no se trata de eso. No se trata de que yo me monto en el bus durante dos horas para bajarme y esperar media hora más por el tercer bus en donde siempre me toca de pie mientras pasamos por calles sin pavimento llenas de baches, metidos a la fuerza como un vagón lleno de judíos, en un calor insoportable y con el registro más amplio de olores que jamás una nariz haya percibido, ni que vengo apenas con lo del desayuno pues a las tres de la mañana ningún ser humano normal tiene hambre ni mucho menos de que la comida que venden acá la cobran como si fuese la última cuando apenas si es un pedazo de pastel de papa con una única papa vieja de las últimas que venden en las plazas llena de tierra y huecos negros y un café reutilizado hasta el cansacio y que no parece más que el tinte para una acuarela. Tampoco se trata de que la desesperación de toda esta gente se traduce en gritos y manifestaciones y quejas y señoras sentadas unas tras otras detallando cada una de sus vidas y padeceres y sus hijos y sus maridos que beben mucho y hacen nada y sus hijos ya grandes y sin trabajo con dos mujeres embarazadas y señores sentados unos tras otros comentando las caderas de la que pasa, las tetas de la que ya pasó, el culo de la que viene y las últimas infidencias de los partidos de fútbol en esas canchas de grama tristemente verde ni los sonidos de celulares que recrean en apenas pocos segundos el merengue, las baladas, los cantos y hasta gritos de animales o simulaciones de conversación sonando todos al mismo tiempo y contestántose todos al mismo tiempo mientras se ponen de pie creyéndose importantes y caminando de un lado a otro empujando y pisando al resto que también habla y se queja y grita y llora con todos esos niños pequeños y sus mami tengo hambre, mami mira esto, mami quiero ir al baño, no se tire al suelo, no se arrastre, no moleste, cállese. No.

No se trata de todo eso. Se trata de que cuando finalmente me siento frente a usted, usted no me mira a los ojos.

2 comentarios:

Etienne dijo...

Creemos que el ojo es una ventana misteriosa hacia los más teribles secretos y en realidad es más un ventanuco en donde brilla la luz de la vida.
Y ahogarnos en ese estanque de fondo negro es la mejor forma de comunicarnos.

Mista Vilteka dijo...

Etienne, es cierto. Aveces pareciera que lo que se ve es lo único que hay. Ser vistos y existir. Un abrazo.

Felipe.