El silencio.

Pues sólo las letras llegan. Con cara, con ojos, con manos, con besos.

Letras que suponen una voz que no escucho. Que extraño.
Un vacío conocido pero vacío.

Cuando acá, en el inquietante hecho de las empresas, del trabajo por el trabajo, de las teclas y su tecleo, cuando acá destino a los días de ocho a cinco mi cara, mis ojos, mis manos, quizás un beso. Quizás un abrazo.

Por ahí andarás. Feliz. ¡Qué felicidad tu felicidad! Y yo acá, esperando que mi felicidad sea también la tuya.

Las olas que se mecen y acarician los cuerpos que se llevan la memoria al profundo misterio de las sirenas. A la arena que nadie pisa.

Al olvido de estos días.