Data

¿Qué será de todo esto? De estos niños que suben a las mesas en los segundos pisos y gritan y juegan con muñecos de Mario Bros. ¿Qué de las siluetas que entreveo? De ese don que conversaba y me explicaba sobre dos hermanos menores y una historia en un pueblo perdido de donde lo sacaron corriendo hacía ya veinte años con sus días y horas. La doña que siempre saluda y pregunta por el don que me llama fijo mensualmente a echar chisme y acompañarse de sí mismo y sus espejos. Se desvanece por cada baldosa que continúa y cada saludo que se pierde en la memoria, en la mía. Cuántas camas he tocado, en cuántos colchones de sábanas y comidas que vienen en bandejas y servilleta de tela. Ella, la última vez, estaba incómoda al ingresar y verme en pijama. Pertenecíamos, parecía tan evidente, a tantas diferencias y tantas humanas casualidades que apenas la sonrisa desdibujó la pereza y esa incomodidad y se perdió en el corredor de alfombra roja en donde nunca he de verla nuevamente o conscientemente nuevamente. Hubo una  que en el primer piso de esa mole de cemento que me recordaba al Minotauro y su desgracia y que se río de alguna bobada mía colgado en el mueble y que no pretendía sino manifestar una queja al aire y el vapor colado. Cuántos que llegan sin dejar marca y se van. Cuántos sonidos de fondo e imágenes y palabras y juegos de palabras y canciones y risas y espacios vacíos que con miedo caminé y que se iluminan y se oscurecen y quizás se llenan vaciándose para asustar a alguien que nunca supo que yo estuve ahí sintiendo ese temor inexplicable que nos empuja a caminar rápido y mirar de lado a lado. Cuánta memoria tiene el universo que acumula todos los sucesos. Yo apenas puedo con unos pocos míos y quiero dormir sin sueño ni pesadilla en un eterno por siempre para siempre en donde todo esté presente y perceptible y no haya que preguntar porque las respuestas nunca se fueron para volver con moño rojo escondidas, esperando ser llamadas, encontrandas, violadas. Un punto entrópico en que todo converge a una voz que me habla sin sonido dentro de mí y me indica qué escribir mientras mis dedos pulsan y construyen códigos que brotan de las entrañas de mi infancia y mi primera lengua. Ahora acostado con un aparatejo sobre mis piernas. Hace poco usaba esferos. Ahora, sólo me sirven para firmar y unas pequeñas notas.