Perdido nobiliario

La semana pasada me escribieron al correo electrónico pues querían que participara de un proyecto tremendísimo porque habían leído mi perfil y sentían que yo era el candidato perfecto. Me sorprendió la invitación pues, curioseando al emisor del mensaje, no veía muy bien la conexión y asumí que iban a lanzar una nueva ala, un nuevo grupo, un novedoso plan; cosa que mi participación sería para empezar de cero. Finalmente llegó el momento de la reunión y yo, que estaba realmente vestido como para algo sencillo, con pijama abajo y una no pijama arriba, me di cuenta que del otro lado estaban de traje y arreglados como para quien se va a reunir con el rey pepinito. Me avergoncé por la falta de tacto y elegancia, apagué raudo y veloz mi cámara, y me puse lo medianamente formal que tengo, que es básicamente nada, pero era lo que había y lo que seguro habrá. Cuando me saludaron era doctor por aquí, doctor por allá. Yo pensaba "¿doctor?" Bueno, puede ser de esos títulos que se usan en mi país y que se le dicen a todxs y a nadie, así que seguí prestando cuidado y, una vez vi que, realmente, a lo que me invitaban era, en conocimiento mío, como la distancia entre aquí y neptuno, alcé la mano -la virtual- y, cuando me cedieron la palabra, les dije "creo que aquí hay una confusión". Yo, de lo que sé, sé que de esto que me hablan sobre todo, no sé. Hubo un corto y eterno silencio. Se inventaron unas preguntas como para no hacerme sentir mal y me dijeron que sí, que tampoco entendían qué había pasado y que se disculpaban por hacerme perder el tiempo. A mí realmente ninguno. Quizás a ellos más que les habrá tomado su tiempo el armar en bonito esas corbatas tan bonitas y ponerse todas las partes de esos trajes bonitos. Colgamos la llamada virtual y a los 10 minutos me llegó un mensaje diciendo: estimado don señor doctor Felipe, o algo así también muy nobiliario, realmente buscábamos a Felipe Mejía Gutiérrez, doctor y presidente de no sé qué, o algo así con una línea de títulos y posiciones que sí lo acreditaban -si no como el rey pepinito, sí como el de otro vegetal más caro, o del mercado completo- y ud, bueno, es Felipe Mejía Medina. Al leerlo pensé en que uno es uno y a veces otros, y que ser importante en los cuerpos de otros por los nombres comunes, es una responsabilidad y un oficio. Sentí haber tenido dos vidas, la importante y la mía y así, ya aclarada la confusión de nombres y de doctores, tuve que volver a la no importancia y al café que ya frío aguardaba mi sorbo de súbdito, que no de rey. ¿Qué otros habrán sido convocados cuando me convocaban a mí? Seguro no a muchos. Pero me queda la felicidad de ser por ahí en los cuerpos ajenos. Ojalá uno alto, corpulento y buen cantante.