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Fue una revelación. Una imagen tangible, una ilusión de piedra, pesada como todas las aguas, pesada como el hierro en las estrellas moribundas. Fue un nombre. Con un pasado y un retrato de todos los tiempo, de cumpleaños y reuniones, de fiestas y encuentros, de álbumes viejos e imágenes digitales en la memoria de celulares robados y memorias olvidadas, imágenes en nubes de unos y ceros y nubes de polvo y smog. Fue una fecha. ¡Todas las fechas! Cada día de hambre y llenura, cada día de sueño y vigilia, cada día en que la sangre fluye y se espanta, todas las noches por la ventana y en las baldosas. En las rendijas y las hendiduras. En los rotos y el impermeable plástico de una boca asfixiada. Fue un último día, este último día, una muerte revelada a quien, cuando apenas lo supo, agonizante, desparramándose, entrópico y sin fortuna futura, en un último suspiro de la adivinanza, murió.