Se me va la noche. Se me van los ayes. Me voy.
Eso dije.
Y digo.
Y me mantengo. Y sigo.
Aún las gotas caen y los carros pasan y las nubes se forman y las sombras aparecen.
Aún es. Y aún soy.
Esperando esa tierra árida, ese desencanto final. La sensación del todo, de la nada.
Oprimiendo teclas, oprimiendo corazones, agitando sábanas en la mañana, bañando pieles en la noche. Esperando un futuro que siempre parece venir. Y ahí está: viniendo. Derramándose ante mis ojos. Amontonándose grueso, viscoso, negro.
Sin tocarme.