Es el faro.


Son esos suspiros los que arrastran.
Los que me llaman.
Los que me seducen.
No sé por qué lloro.
Y si lloro
no sé por qué río.
Me voy yendo,
Me voy viniendo
en este suplicio feliz
de paraíso.
En estas ganas de ahogo,
en este antojo verde.

Es el faro amarillo en el horizonte.
El sonido de lo que cae.
La imagen sin sonido.

Es mi sueño contigo.
Es tu beso furtivo.

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El lodo. (Con agua diáfana y dulce para quién me arrojó esta pincelada)


Tengo el cansancio del caminante en el lodo.

Eso dijo el Te. Y me robo la línea. La extiendo. La amaso y la hago un rollo infinito. La aplasto, la extiendo.

Imagino la escena oscura y quizás llueve. De esa llovizna pequeña que cae de lado. Muchas nubes grises. Apenas un rayo de luz que se filtra y alumbra a lo lejos, allá en en un quién sabe, en un no sé dónde.

Y no hay más que lodo.

Ya llego, ya parece que llego sin llegar nunca.

Como un castigo divino, como una sentencia eterna.

Empujo, me caigo, me hundo. Alzo mi pierna. Un zapato se queda atrapado. Me tropiezo. Entran pedazos a mi boca. Escupo. Me quejo.

Agitado, exhausto llevo la carga del agua negra, de la tierra aguada.

Voy a hacia eso. O ésto. Un algo que ignoro.

Pero que deseo.

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