Llamando al teléfono. Llamando y no contestas.
¿Dónde estás? Lo sé: en las fosas del sueño.
En las cuevas recónditas de las que sólo tu bosque es dueño.
Ah la noche solitaria: una, cincuenta, cien. ¿Acaso doscientas?
Imaginándome escuchando ya tu voz me imagino.
Soñándome soñándote: que desde ya en la vigilia
te sueño. Levantando la madera de esta fogata viva.
Recorriendo árboles y matorrales y corales marinos.
Sombras que juntas hacen la inesperada comitiva
en una solitaria fogata de la cruda selva y su familia.
Ya llega el día. Ya llega con los aires de enero el veinte.
Círculo solar o lluvia recia de abrazos ardientes,
en el que se mirarán eternos nuestros ojos
y no habrán más aguas profundas que nos separen,
no habrá otra partida ni dolor u otro despojo,
pues quedará en el pasado la distancia y su rastrojo
y aparecerán los soplidos fuertes que nos unan y nos desaten.
Un golpe a la puerta, un llamado más.
Dormir y no escucharte: jamás.