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Aguardan la espera
esperan los tiempos
las filas de la historia
las líneas del descenso
yo que me sumerjo
y me escondo
tú que te alistas
a las mareas
del cemento

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Se arreglan las sillas
sobre las líneas del rumor
de alguien que una vez fue
un cuerpo que todo esconde
o corredor
sobre el que nada acaba
fue una tarde
fue un día en la tarde
la vida misma
todos los días

Don Músico

Siempre que me preguntan que si sé algo de música cuento que estudié piano (era una organeta pequeñita de las de regalo de Navidad para niños) y que también estudié instrumentos de viento (la flautica dulce de toda la vida que costaba lo que un portaretrato cualquiera).
Que me pongan a bailar...
y ahí si verán cómo me tropiezo con mi propio pie.

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Verdes son las formas
de las voces
que todos oyen
que nadie entiende
que suspira
la materia
de la espera
la calma
que todo aguarda

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La orilla que no vuelve
La puerta que cierra
sólo en las noches
como la sed
de las mareas
y su aullido
y su soledad
de cuerpo celeste

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Dispersas las gotas del universo,
piedras mudas del espíritu.
De la espera,
de una llama que no calienta
pero que abriga
los reflejos de las almas
y sus vacíos
Afuera reposa el sabor de los ayeres fríos y de las pieles tibias, que abrigaron las mañanas y aquellas lágrimas de la infancia.

El tigre de la cobija

Hoy me dijeron que la temperatura en invierno en Washington DC podría llegar a bajar hasta 30. Quedé mudo y pensé inmediatamente que no tengo ropa para semejante frío y que la cobija tres tigres y la bufanda de puente de la Universidad Nacional realmente no me iban a servir como era mi plan. Miré mi cuenta bancaria, hice cálculos, busque dónde comprar y empecé a planear todo porque esa ropa es cara y acá todo es más caro y en invierno acá es re-todo re-contra caro, y estando en esas, casi corriendo y con algunos pelos de punta (los únicos que aún pueden estar de punta), caí en cuenta que era 30 y no menos 30 y que eran Fahrenheit y no Celsius. Es un frío de 1C, más o menos. Bueno, más menos que más. Quizás la cobija tres tigres y la revolucionaria bufanda azul en la calle sí me funcionen.
La verdad es que no sé pensar en Fahrenheit ni en pies ni en millas, a menos que sean los que voy a poner en mis zapatos y las que voy a acumular en un viaje en avión.