Anoche.
Todo estuvo sentado. Las risas nos invadieron por horas mientras la banda tocaba. Cerveza que siempre anima las noches calladas. Amigos y desconocidos. Yo era nuevo. Me encuentro nuevo y te lo pregunté de nuevo. Cambiamos de sitio, caminamos. Nos miramos. Nos sonreímos. Y cuando todo pasa, nada queda más que decir adiós. Y como todo había pasado ya, no quedaba entonces más que me dijeras adiós.
Lo pensé un poco pero hablaba la botella y no la boca. Temor le tengo a la marea, al piso resbaloso y al mareo. Me dije: sí, quizás. Pero cruzaste hacia la izquierda y levantaste de entre la nieve tu bicicleta. Y fue claro. Continué caminando por entre los adoquines. Y no quedó nada más que decir adiós.
Hoy se hace claro el frío y abren las razones las cobijas. Cosas de botellas, me río. Me regreso de donde no me fui. Y todo sigue entre nosotros igual.
De nuevo me escribo escribiéndote. Y como veo que hierve el agua, te digo adiós.
Randomly.
Suena peligroso pero sabroso.
Empieza con aquello que tórnase sucio y mugroso.
Diría yo: incluso algo pegajoso.
Acaba con gritos y lamentaciones como en todo cuento tenebroso.
¿Será que te sigo en este acalorado juego
y nos encerramos en la ardiente tundra, en el frío fuego?
Miedo le tengo a quererte y que no me quieras luego.
Que me digas no, te ruego.
Siempre sujetos a la coincidencia
Siempre sujetos a la eventualidad.
Esperando el roce inquieto, la mirada helada, la imprudencia.
Esperanzados siempre en las esquinas oscuras, en su decadencia.
Como si la sangre llegara toda con imperiosa brutalidad.
Como si hubiese apenas para ese rato y su libidinosa claridad.
¿Será que entro?
¿Dónde estás? Ya no te encuentro.
Y no sé si estoy en el norte de esta ciudad
o en el centro.
Si esto es apenas un esbozo, un marco. O es la purita verdad.
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