Dos semanas después, ya de regreso de Perú a Estados Unidos, también hicimos parada en El Salvador, cosa que fácilmente la mitad del avión venía con salvadoreñxs. Yo, que tengo mi par de amigxs de allá, siempre me riego como la sopa en amor por su cultura y sus pupusas. ¡Tienen que probarlas!
El caso es que llegamos al aeropuerto en Estados Unidos, muy a las 11pm y yo no veía la hora de llegar a la "casa" porque al otro día tenía que estar funcionando temprano. La auxiliar que venía frente a mí estaba con dos personas de la tercera edad, salvadoreños también, a quienes llevaba en sillas de ruedas. Como era tan incómodo para ella manejar dos sillas a la vez, me ofrecí a llevar una y así me quedé conversando con la señora de la silla que yo llevaba, hasta que ya era hora de pasar por Migración en donde la dejé. La señora no sabía hablar Inglés y el funcionario no sabía hablar Español, y como yo ya había conversado con ella, me pidieron hacerles de traductor, lo cual hice encantado porque la señora era encantadora. Luego de ella, me pidieron el favor que lo hiciera con otro señor, luego con otro y otra y otro y otra y así, resulté traduciendo de un lado al otro y abrazándome y despidiéndome de varixs salvadoreños de la tercera edad que iban a visitar a sus familiares.
Recuerdo el funcionario cuando dijo "pregunte por favor si llevan comida", lo cual pregunté tal cual. Necesitaban un sí o un no. Sin embargo, la respuesta solía ser algo como "claro, llevo pollo y tales frutas y tales verduras y un plato que le gusta a mi hijo y, además, un paquete de X y otro de Y y tres bananos y, y, y..." y así una larga explicación para una pregunta de sí o no. Yo nunca quise interrumpirles. Sentía que contarme sobre la comida que llevaban a sus familias, era motivo de orgullo, de satisfacción y de emoción. Para algunxs era la primera vez que salían de su país. El funcionario, aunque no entendía, les dejaba dar todas sus explicaciones y me miraba y se sonreía.
Así pues, dos horas después, una vez acabé con mis servicios de intérprete, me pusieron el sello de entrada a los Estados Unidos, y aunque estaba como de recoger con cuchara, me acosté con el alma llena y sonriente. Es un recuerdo hermoso que tengo muy presente. La felicidad está en los otros y cada abrazo que me dieron y cada sonrisa e historia que me contaron, me hizo suspirar. Seguro no me recuerdan ya, o quizás sí, pero no importa. Yo los recuerdo muy bien y recuerdo lo que hicieron por mí, por mi corazón y por mi espíritu. Ojalá salgan más viajes así.