Miércoles uno y treinta

Se aproxima un negro infinito o al menos uno que parece serlo. La noche absoluta sin universo. El peso de toda el agua. Toda las capas materiales sobre el cuerpo. La singularidad o el destino. Mi peso.

Jueves dos con cuatro y 1

Fui yo quien abrió la boca y fueron tus palabras las que salieron. De tus ojos, todas mis lágrimas. Soy la piel debajo de tu piel y tú la sombra de mi aliento.

Jueves diez con siete

Unas lágrimas atascadas. Un trepidar de la nada. Gritos a la brisa y al smog. Sin razón se abren los ojos todas las mañanas con heridas que supuran todas las vidas y una única calma. El cuarto siempre está cerrado y el cemento aturde ahí afuera en donde las preguntas se olvidan. Duelen más los dolores cuando no tienen sombra ni nombre.

Martes 15 con uno

Sueñas muertos y sombras. Mentiras. Basura en espera de tu boca y ansiosa del filo gastado de tus dientes. Sueñas tu cuerpo en un pueblo sin escenografía. Y estás ahí: partiéndote, evaporándote, sumergiéndote, dejándome. Un sol que sin mañana apagado está.

Jueves uno con cero

Es cierto que dejamos y nos dejamos a cada segundo, todos los días. Es falso que nada olvidamos, que lo pasado todo recordamos. Queda siempre la duda de saber quiénes somos y en quiénes nos convertimos. Tu cuerpo todo es sobretodo mi abismo y mayor misterio.

Lunes siete con cero

Hay unas ganas de verte ya, no mañana. Hay unas ganas de olvidarte ya, sin ayer. Hay un plan de quererte siempre, sin sentido. Hay unos rostros presentes, sin tus ojos. Alguien que sonrié, y no es tu boca. Un espejo, una sombra, luz.

Kántaro.


Era pequeño. Se quejaba siempre solo y de algo que era imposible escuchar. Lo veía casi todos los días a eso de las cinco treinta cuando regresaba de la oficina. Me preguntaba por su edad. Pero como daba la espalda mientras le secreteaba a la pared, me era difícil saber qué tan joven o qué tan viejo sería. Tenía casi todo el tiempo una camisa a cuadros de mangas cortas metida entre el pantalón de pana con unos zapatos viejos color café oscuro que poco combinaban. De poco pelo, eso sí. Lo que, de hecho, era el único indicio de sus años y quizás también de su vida. No en vano se dice aquello de 'arrancarse los pelos de la desesperación'. Sin embargo, apoyado casi sosteniendo la pared como quien sostiene en fotos arregladas, miles de ellas, la torre de Pisa, era evidente que no la pasaba bien. Sus músculos estaban tensos, aruñaba la pared, gemía.

Pasaron los días, y pensaría yo que hasta los meses, y el chisme, la pura y física cotilla, y llegar siempre diciéndole a mi esposa, ve, ahí está ese man otra vez, en las mismas, cuchicheando solo, encorvado, quejándose, ¿qué será que le pasa? ¿Lo habrán abandonado? ¿Habrá perdido su equipo de fútbol? ¿Se le murió alguien? Mejor dicho, se me pasaba todo por la cabeza en un novelerío y drama barato o, bueno, para ser preciso se me pasaba todo lo que se me podía pasar antes de cambiar de tema y pensar en otra cosa. Sinceridad. Así es que, de tanto darle vueltas al asunto, me decidí ir a donde el portero, el guachimán que llaman, y decirle, ole, ¿y ese tipo qué? ¿Ud sabe algo? Y me dijo, sí, claro. Es el papá del papá de la señora de la esquina de la esquina. (Lo que ya me decía mucho sobre la edad del esquinero y del portero sobre sus problemas espaciales o con las esquinas). El señor sufre de no sé qué pero pues yo creo que está loco y punto. Habla solo todo el tiempo y cómo no: está solo todo el tiempo. ¡Sorpresa! Nadie lo visita o lo visitan para visitar al final otra cosa porque luego él se sale y se está solo. Pero fíjese, a mí también me generaba tanta duda, que una vez de madrugada, con eso que uno de vigilante poco tiene qué hacer sino vigilar y aburrirse y deprimirse hasta la muerte, porque por eso nos pagan, decía, un día tempranito a escondidas y antes que él llegara le puse una grabadora de esas de periodista con la curiosidad de qué putas es lo que hablaba recostado como en teléfono roto y como si la pared tuviera oído (y oreja). ¿Quiere oír? ¡Pues claro que quiero! Le dije con mis ojos abiertos cual requiriendo gotas. Al final, me dijo, yo quedé más perdido que el hijo de Lindbergh y no me solucionó nada y prefiero el parqués pero, la mera verdá', guardo la grabación porque con eso del YouTube pues uno nunca sabe qué puede resultar siendo famoso y popular. ¡Ay qué ver lo que a la gente le gusta! Ya se lo paso.

Por supuesto que no lo escuché ahí mismito. Me lo llevé a mi casa raudo y veloz y le prometí al vigilante devolvérselo al siguiente día. Mientras caminaba en dirección al edificio de mi apartamento, estaba ya él, todo él, su camisa, sus zapatos, su discurso, su espalda ahí, en las mismas con la misma...pared. Lo miré sabiendo que dentro de poco iba a ser capaz de entenderlo a él y su embrollo. Llegué a comer a cuchara rápida y quise, de pura güeva, evitar el tema con mi mujer hablando que dizque de la política de la separación de basuras en dispositivos electrónicos en los hoteles en cercanía de los desiertos para época navideña (de lo cual se menos ocho) para no levantar sospechas de que tenía esa grabación. Y otra vez, por supuesto, con su mirada de 'no me crea tan bruta' ella me preguntó que qué me pasaba, que era la primera vez que no hablaba del tipo ese y que eso era porque me traía algo entre manos. ¿Yo? Mucha güeva. Me figuró contarle todo lo del portero, de la grabación, de Misión Imposible y Holmes y ella, entre sorprendida y curiosa, me llevó de la mano al baño y nos encerramos apretujados en ese espacio de dos por dos con la luz apagada y con la rendija abierta. Ella se sentó en el sanitario, cruzó la pierna y yo me quedé de pie con el dedo sobre el 'play'. Click.

'El fenómeno, la cosa no en sí. Eso más allá-de pero que allá está. A eso que es posible acceder sólo si dejamos de ser nosotros y todos los demás y todo aquello que puede percibir. Hay un filtro que olvidamos: nosotros mismos. Estos cuerpos que buscan acercarse y tocarse y trabajar en conjunto y crear políticas y normas estandarizadas para movimientos grupales que cada quien siente diferente. Somos no sólo la percepción de nosotros mismos sino la de los demás sobre nuestro ser y parecer y el acumulado de todas las variaciones de esas minúsculas impresiones en el tiempo y en el espacio. Sobretodo en las circunstancias. Hay un mundo que es el mundo-todo sin color y sin sabor, con forma y materia pero sin textura. Hay conocimiento sobre nuestras ideas y nos queda apenas los cuadros que pintamos mientras existimos pero no sobre lo intangible, invisible, inaudible. Nada podemos saber más que el resultado de la inferencia de la estructura, del método que adaptamos. Si eso que ahí hay, que converge a sí mismo, en una serie infinita de subordinaciones no es sino el supuesto de su existencia, sólo es en supuesto, en abstracto, en la evidencia que señala a gritos un punto que ni siquiera está vacío de sí pero que está vacío de nosotros. ¿Cómo puede valer la sombra sin luz? ¿Cómo puede valer el sonido en el vacío? Se aleja todo a pedazos, se alejan los astros inalcanzables y las estrellas se pierden. Habrá una noche sin estrellas, un telescopio sin astros, habrá un universo negro simplemente, ahí presente, pero que ya no podremos seguir y nos sentaremos a vernos y comentar a los más jóvenes que hubo un tiempo en que habían cosas que se llamaban astros y estrellas y que existía el día y la noche y que todo afuera podía ser contado pero sobetodo comentado y danza a lo arriba presentado, música y cosmología poética. Y que ahí sigue: muy lejos, muy allá, como desaparecido. Y ellos, los más jóvenes, manoseándose entre las charlas, pensarán, pobre diablo, veteje de mierda, hablando de fantasmas y apariciones, de cosas que existen pero que no existen, de luces maravillosas y dizque calores no artificiales.'