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Una amiga nacida en Francia, de papá marroquí y mamá turca, que de casualidad estaba en Estambul, su ciudad favorita, me invitó a este maravilloso café en una terraza con una grandiosa vista, y me dijo que me iba a invitar a un plato típico turco. Yo emocionado esperé y esperé, sólo intentando memorizar el nombre que para mí era impronunciable, sin saber qué era, sin preguntar qué era para probar de cero sin expectativas. Cuando llegó el plato resultó que eran huevos revueltos con tomate y cebolla. Es decir, huevos pericos. Y pan. Acá la prueba. Ah bueno, también tenían pimentón: la parte novedosa. Y que me los comí en la tarde. Así es la vida.
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Una amiga nacida en Francia, de papá marroquí y mamá turca, que de casualidad estaba en Estambul, su ciudad favorita, me invitó a este maravilloso café en una terraza con una grandiosa vista, y me dijo que me iba a invitar a un plato típico turco. Yo emocionado esperé y esperé, sólo intentando memorizar el nombre que para mí era impronunciable, sin saber qué era, sin preguntar qué era para probar de cero sin expectativas. Cuando llegó el plato resultó que eran huevos revueltos con tomate y cebolla. Es decir, huevos pericos. Y pan. Acá la prueba. Ah bueno, también tenían pimentón: la parte novedosa. Y que me los comí en la tarde. Así es la vida.
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