La te.


Desde ya te extraño.

Esta sentencia vieja y ya casi sin sustancia me llega con caldo y papa. Con costilla.

Extraño mirarte. Que me mires.

Besarte. Y que me beses.

Esos regaños. Esos silencios. Verte comer. Sobretodo masticar. Verte verme mientras te veo comer y masticar. Tu gesto perdido que pareciera querer decir: ¿necesita algo?

Como quien mira a un perro que le mira. Sin saber, sin preguntar.

Extraño que me extrañes aunque sé que me extrañas. Pero me gusta verte extrañarme ya.

Siento que me quieres. Y yo te quiero.

Mirar es apenas una palabra, un verbo, una acción. Un modo de hacer algo que damos por sabido. Nos creemos sabios aveces en el arte de mirar. Y como no te miro, te extraño.

Siempre queda una copa medio vacía, medio llena. La que faltó beber. Y lo que faltó fumar. Nos faltaron andenes por brincar. Platos por probar frunciendo el ceño y mirando de la lado a lado: catando. Creyéndonos catadores. Nos faltó otro amanecer en la carpa húmeda. Nos hizo falta otro dolor de espalda. Un pasito tuntún se quedó en el tintero. Dormitar en el pasto seleccionado cuidadosamente de tal manera que no existiera prueba alguna, vestigio de mascota alguna. Una pisicina por nadar. Una calle por correr. Nos faltaron remolinos en el pelo. Sueños. Ronquidos. El infaltable empujón. El desliz y la cobija.

Es cierto que el agua parece irse. Pero vuelve. Está. Permanece.

Nos cambiaron los años que nos hicieron y formaron. Nos moldearon los ríos del tiempo. Nos perderemos en sus corrientes.

Pero seremos todos los que ya fuimos. Y nos reecontraremos. Siendo éstos y otros. Siendo recuerdos. Siendo amores. Siendo porvenires.

Ya vendrá lo que vendrá. Como viniste. Como vengo. Como me voy.

Porque te extraño.

Desde ya te extraño.