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Gritó. O eso creyó hacer. ¿Qué es gritar para una planta? Se miraba a sí misma, sin ojos, ni sistema nervioso, y se sabía angustiada, adolorida de espíritu y tripas, podrida. Su espíritu de clorofila sólo podía derramar lágrimas y golpearse contra la pared del tallo. ¿Quién necesita acaso manos para darse contra el mundo? Para cortarse las venas. Seguro que las venas -unas, pues- habrán querido de cuando en vez cortarse las venas. Rasgarse las vestiduras. Poner Julio Jaramillo. Se agitaba como en el pico del pogo, como cuando nada el que mal nada, se ahogaba en las arenas, se asfixiaba en la prisión húmeda de las aguas. Invisibles, transparentes, reales. Fotos que son lo representado y no, y lo representado y el representante. Y no. Miraba al cielo pidiendo auxilio. ¿Por qué la desesperanza exige mirar al gran arriba o al muy adentro? Sus ojos de retina y metáfora, cada una de sus miradas y reflexiones, las células nerviosas que no eran y se miraban a sí mismas, reconociéndose otra cosa, sabiéndose disfraz de pero por dentro neuronas. Impávidas, inmóviles, eléctricas. Se percibían como la leyenda de la mata pensadora, de la mata con oídos afinados a "buenos días, ¿cómo amanecieron?", el mito jamás escrito sino en todas partes de las plantas clorofilescas que se sientan a escuchar con un vaso por entre la puerta. Porque así alimentan su chisme y su crecimiento vertical hacia el cielo tras la esperanza y la desdicha. Sus pensamientos, que nunca fueron mientras se pensaban, serían los últimos jamás para el sistema no nervioso. No asustadizo. No angustiado. Con la luz invisible de la infinita oscuridad.