Mecha.

Miraba el techo blanco con detenimiento. Poco a poco se fue cobijando pues el frío glacial se entraba por entre la puerta que nunca cerraba bien. Siempre llevándose a rastras el tapete para abrirse. Intentaba concentrarse en dormir y se decía a sí mismo una y otra vez "Es hora. Apágate". Sin embargo, apagarse le recreaba cables y botones. Luces rojas que como vampiros estaba ahí entre enchufes escondidos detrás del sofá y de los sillones malgastando el flujo que algún día, destino cruel termodinámico, dejaría de suplir semejante consumo. Podía casi, pero es que mejor dicho, como si estuviera ahí, decía, podía prácticamente ver la extinción de todas las estrellas. Primero restarían miles de millones de millones, luego miles de millones, luego millones, luego cien miles, luego miles, luego cientas, luego unas cuantas decenas, seguido apenas unas ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos y finalmente quedaría una estrella en un infinito universo solo y vacío y aburridísimo como el que más, apenas alumbrando la nada en donde seguramente nadie vive ni hay quien cuente la historia. Como una vela en el viento que el Día de las Velitas está a punto de desaparecer, ya sea por el viento y la lluvia que nunca falta para esa conmemoración o porque no hay ni mecha ni cera para sostenerla. Como una llama de la estufa que le cae agua. Así veía esa moribunda estrella perderse en la lejanía de un pasado brillante y de carácter fuerte, de novela de medio día, con explosiones y arcoiris, ondas que arrastraban todo, flores que chupaban, pieles que se bronceaban, aguas que se evaporaban. "Apágate". E intentaba apretar con los dedos diferentes partes de la piel. En el culo, en las piernas, en la cabeza, en un ojo pensando que quizás sí había un interruptor para largarse de ese momento pragmático y poder ir de parche con Morfeo y Baco y hasta Jesús. ¿Quién dice que no son parranderos? A todos les gusta la pachanga, fijo. Pero no le funcionaba. Sabía que con planetas, luceros y cometas, al otro día tenía que levantarse a cumplir con el requisito, siempre aburrido, de existir y trabajar y hacer charlas y lobby y política y volver y, mejor dicho, hacer todo eso que todos hacen y que él hacía y llevaba haciendo por años. Seguramente en la vida que ya pasó, si es que lo de las reencarnaciones es verdad, le tocó la misma vaina. En la siguiente sería igual. Y en la que le sigue a esa. "Mejor que se apague esa vela" se dijo poniendo énfasis y deteniéndose en todas las sílabas. "No la prendas, apágala". De repente, abrió los ojos y ya eran las seis de la mañana. Con él una estrella en lo profundo.