Creamos lo que creemos.

Y si somos para hacer, para construir algo más complejo como hacen las células, las partículas con nosotros, ¿qué estaremos creando?, ¿qué estaremos conformando?

¿Somos acaso partículas de qué?

Completando lo que sale mal.

Si todo lo que ha de salir mal, sale mal; ¿sale mal aquello que dice que todo lo que ha de salir mal, sale mal? Sin embargo, lo que no puede salir mal sino que está ya muy mal, es que aquello que dice que todo lo que ha de salir mal, sale mal, no dice cuándo de todo lo que sale, sale mal. ¡Bah qué mal!

Eso

Las cosas son como son; al pan, pan y al vino, vino; lo que fue, fue; y dicho así, lo que es, es. Palabrejas que nos funcionan para referirnos tanto a algo malo como a algo bueno, tan viejas como ciertas y con sus respectivos equivalentes en todas las lenguas, dialectos, idiomas, épocas y culturas dentro del recóndito del promedio de su gente y que expresan esa sensación de certeza absoluta, del más profundo conocimiento juglar; es Eso lo que precisamente hace que creamos en una energía, digamos, divina (definida como energía porque intentamos abarcar un algo intangible desde siempre y para siempre).
Es la fe, si hay tal. Porque creer, en toda la probabilidad de la intensidad semántica de la definición de creer, es tener precisamente eso: tener fe. Creer es igual a tener fe.
Es la divinidad. O la divinidad de lo divino. Ese ver que nada hay más que el ver nuestro ahora. El ahora de cuando yo escribo, de cuando usted lee y el ahora de cada vez que lo lee y deja de ser leído. Su-mi-la realidad.
Pero no la realidad del filósofo o la del físico o la del aficionado a discutir sobre la realidad todo el tiempo, sino la realidad de la que hablan las personas cuando ven la televisión, o de la que se habla en las reuniones de personas de todos los niveles, ya sea que estén los anteriores en la paz, la ignorancia, la comodidad, la felicidad, la sabiduría, el orgullo o la guerra.
La igualdad, el que yo soy yo, el que nunca uno es igual a dos en las cosas tangibles y visibles por los ojos y no por las máquinas. Eso que es sólo Eso y que usted cuando está descifrando este texto, y que no es Eso, sabe qué es. Eso que sólo usted conoce y que jamás va a lograr expresar a nadie ni a nada ni siquiera a usted mismo.
Así pues, creemos, en una infinidad indefinible; creemos en algo que no sabemos qué es.
Y en nada más creemos con tanta intensidad. Que siempre ha estado y está y estará. Es esa nuestra mayor sensibilidad. Nuestra mayor sensación.
Nuestra fe es creer realmente en algo que no sabemos qué es en realidad pero que creemos, y quizá sea así, es la parte que infinita en el tiempo y el espacio hace el Todo, la realidad, el ahora y Eso.