Siempre he pensado que primero existirá la teletransportación antes que el metro de Bogotá y, que el día que lo innauguren, como somos lo que somos, vamos a teletransportarnos de la casa a la estación para colarnos y esperar y apretujarnos y quejarnos y culpar a los demás y culparnos a nosotros por ser lo que somos y no ser lo que no somos. A destiempo, incompletos, guiando el camino del frente a través de un vidrio que en realidad es un espejo.