Con la cara del arroz con huevo.
Con la tristeza de un aguacate sin su queso.
Con la reacción tardía y celosa de los fríjoles rojos frente a los negros por su plátano frito.
Con las ganas de saber qué es lo que no se me da cuando la alcachofa abajo termine de preparse.
Con la felicidad fugaz del vino barato que se bebe confundido entre los buenos y no tan dulces ni amargos.
Con pantalones cortos y con chanclas.
Aveces con barba y sin camiseta.
Conforme pasa el hambre, pasa el sueño que se amaña. Se hacen más pesadas las cobijas enredadas por las artes marciales de mi adormecido cuerpo. Bostezo esta noche tragándome sus sombras y sus muros. Singular es la singularidad que se agita con el vaho que entra.
La felicidad, la más pura, asoma en la última hora. Donde la pasividad es infinita y soy un lucero que apenas si titila en el universo que se sale por la ventana.
Hace falta para esta, mi espalda, una cuchara que alimente parte el frío, parte el antojo. De la boca hambrienta de quien ronca y sopla. De ese pedazo de humanidad que entre labios habla.
¡Qué hambre de ti! ¡Qué hambre!
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