El oficio de los hijos

¡Mamá, el desayuno!
No hay dos huevos fritos. ¡Hay uno!
¿No ve que luego quedo con hambre?
¿Y usted en vez de plata me empaca es fiambre?
¿Una mandarina en la maleta?
¿Es eso un banano en una bolsa?
Eso en la maleta no me lo meta
Que ahí lo dejaré. Eh ¡Qué cosa!
Usted papá muy bien sabe
Que eso no me lo como en el colegio.
Sólo a usted en la cabeza le cabe.
Qué pena: eso no es de alguien regio.

¡Papá, en dónde está la camisa roja!
¿No la planchó? Entonces usted escoja.
No será culpa mía si mal lo hago quedar.
Al fin y al cabo es su fiesta. Pues qué pesar.
Usted sabe que a mí esa camisa me gusta
Y que me la pongo para estas aburridas ocasiones.
Finalmente, es la veintiúnica que a nadie asusta.
Como usted nada más me compra. Tendrá sus razones.
Pero mamá, eso sí le digo:
Que no me ponga a saludar a toda hora.
Pues de nadie de esa gente soy amigo.
Que bastante hago con ir ahora.

¡Mamá, en dónde es que eso se paga!
Y yo qué sé. Usted es la dura en eso, la maga.
Como usted siempre es la que va.
¡Yo cuándo fui! No mienta. ¡Qué va!
Papá, hágame ese favor.
Mire que van a pasar el partido.
Vaya y usted habla con ese señor.
No diga eso. Yo no me hago el sufrido.
Yo sé que es mi obligación.
Pero usted es el que sabe manejar la plata.
Me metí en esa deuda. Lo sé. Sin lógica razón.
Y sé también que soy del descaro la mata.

¡Papá, me sigue doliendo!
Con ese menjurje el tiempo lo está perdiendo.
Por favor, entiéndame, más de eso no quiero.
Sabe horrible, sabe como a vencido suero.
Mamá, esa vaina no me está haciendo nada.
Créame. Mire que veinte minutos ya han pasado
Y me siento igual. ¿Me acomoda la almohada?
Además, si le contara, estoy algo mareado.
Mejor como luego. No tengo ganas.
Que no, que no quiero comer...
Ay esta gripa me está sacando canas.
¡Me voy a morir!, al parecer.

¡Mamá, pero es que hoy es la fiesta!
Es que no es cualquiera. O ninguna o ésta.
Pero es que tengo que aportar para el trago.
No. No se trata de eso. No soy ningún vago.
Pero apenas si para devolverme me alcanza
Y como para cualquier cosita comprarme.
Usted siempre anda armado con lanza
Cuando se trata de alguna plata darme.
Papá, considere, ¿qué usted no fue joven acaso?
Sí, yo sé que “en aquellos tiempos” eran otras épocas.
Pero no le creo que de joven haya hecho siempre caso.
Usted si: tacaño como usted solo. Duro como las rocas.

¡Papá, mamá, me hacen tanta falta!
No tenerlos acá tan lejos me mata.
Como ustedes nadie me consiente.
Y nadie a mis mal genios simplemente asiente.
¡Qué de mí sin ustedes habría yo sido!
Les debo un montón de gracias.
No debieron haberse ido.
Los extraño. Y su ausencia nada sacia.
Que debí decirlo estando vivos.
Que no sabía. Ser hijo era mi oficio.
Un inocente niño, un joven altivo.
Ahora entiendo. Y ya no hay beneficio.

Saber que pasarán los años y con ellos mi vida y allá arriba los veré.
Allá seré siempre su niño. Lo verán. Siempre lo seré.
Porque aunque creí que como hijo cumplí todo mi oficio.
Saber que la mitad hice será siempre un dolor, una herida, un suplicio.

De que podría, podría.

Podría contar uno a uno los días desde que me dejaste. Desde que me dijiste aquel no, ya no más, ya no quiero estar contigo. No sé, algo me pasa.
¡Claro, te pasa que ya no quieres estar conmigo!
Perdóname, pero estoy confundido. Creo que debo pensar.
¿Pensar qué? ¿Pensar la confusión?
Creo que debo definir qué quiero.
¡Pero es que ya no me quieres! ¡Qué hay para definir!
Creo que me tengo que ir.
¡Pues vete! No te vayas. Quédate. Me arrodillo si quieres. ¿Lo hago? No me dejes…
Sí, podría ir día tras día de lágrimas y vigilias eternas. Recorrer palmo a palmo esta historia de novela vieja sin final feliz. Caminar por el contorno de nuestros paseos y nuestras caminatas, aspirar el olor de las comidas y tus desayunos, sentir tu cuerpo trémulo en las noches cuando yo dormía y tú no me querías dormido y aparecían manos múltiples como animalitos curiosos y al acecho.