Acá.


Ahora sí que si. Ya casi. Ya casi. A punto. Una mincha nada más. Listo. Ahí.

En fin. En ese punto donde sé que llega lo que debe llegar. Lo que parece obvio. Como el miedo. La pereza. Como, en rarísimas ocasiones, la felicidad. Y claro, así debe ser. O así es. Mejor.

Sentado. De pie. Acostado. En la tranquilidad del sueño. Sólo que en la zozobra del sueño que se va caminando callado pero tenaz.

Para llegar al otro sueño: que es esta vida. O bueno, al parecer la mía. Porque, claro, no conozco las de los demás. Apenas creo conocer, entrever.

Pues ya lo dijo aquél hombre de remo y canoa.

Que se ahogó en sus palabras.

Y fue en algún momento: feliz.

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