Del olor de su piel,
el recuerdo de su aroma
que anda por los tiempos
y los lugares
como la luz
que el futuro alumbra
y sobre quien el pasado descansa
Qué ríos que somos, qué silencios
Qué ríos que somos, qué silencios
De callarme cada lágrima
de sumergirme en cada risa
de cuando reíamos
de cuando el camino estaba afuera
entre los matorrales
y no sobre una alfombra invisible
pesada con el polvo
del encierro de las horas
De su memoria, sus miradas
La callada espera que esperamos
en el ahogo de los días desviados
por las cortinas
Se sumerge la vida en las distancias
de su propial piel
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En su contorno está la armonía
sobrevive en esa superficie
de terciopelo y carmín furioso
en su transparencia monacal
estaba el tremendo fulgor
que erizaba y aún lo hace, mi temor.
Qué de carne que somos, qué débiles.
De no saber escuchar a la cordura
de no prestar atención a esas señales
más contundentes que una paliza
de orcos trasnochados por algún estimulador,
más visibles que la cola de un cometa
tropecé y mordí la dimisión
me hice débil, dependiente otra vez.
En la memoria no guardo nada más que una foto
que registra su pícara sonrisa
bajando por una escalera de color sangre
todo lo demás quedó enterrado
indefectiblemente.
bajo un manto de cotidianeidad.
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