Luego de tan larga perorata que se decía a sí mismo mientras acomodaba uno de los detergentes para ropa de color en el pasillo tres de la sección de aseo, se decidió a continuar con las cajas de cereal. Era un día feriado en el que tuvo que reemplazar a la Nueva. La tonta hermosa que, por más hermosa y nada tonta, seguro estaba durmiendo justo en ese momento con un alguien que él quisiera ser. Se decidió a hacerlo en espera de que su sacrificio al menos le diera la oportunidad de decirle a ella: "de nada, cuando quieras". De mirarla a los ojos. De permitirle gastar en ella por lo menos la mitad del salario mínimo que recibía mensualmente y que no le alcanzaba ni para olerlo. Eran ya las cinco de la tarde. Sentado en un banquito diminuto para su gordura, miró por una de las ventanas enormes del súper mercado hacia la calle 53: el cielo estaba gris y las calles, o esa calle, estaba solitaria. El cemento estaba quieto y no temblaba siquiera por la proximidad de un bus articulado. Empezaba a llover. De sus ojos, que le picaban por el polvo de los cartones, se deshidrataba un mundo solitario. Se evaporaba de arriba hacia abajo una laguna azul en la que flotaba un futuro ahogado.
El Acomodador y la Nueva
Luego de tan larga perorata que se decía a sí mismo mientras acomodaba uno de los detergentes para ropa de color en el pasillo tres de la sección de aseo, se decidió a continuar con las cajas de cereal. Era un día feriado en el que tuvo que reemplazar a la Nueva. La tonta hermosa que, por más hermosa y nada tonta, seguro estaba durmiendo justo en ese momento con un alguien que él quisiera ser. Se decidió a hacerlo en espera de que su sacrificio al menos le diera la oportunidad de decirle a ella: "de nada, cuando quieras". De mirarla a los ojos. De permitirle gastar en ella por lo menos la mitad del salario mínimo que recibía mensualmente y que no le alcanzaba ni para olerlo. Eran ya las cinco de la tarde. Sentado en un banquito diminuto para su gordura, miró por una de las ventanas enormes del súper mercado hacia la calle 53: el cielo estaba gris y las calles, o esa calle, estaba solitaria. El cemento estaba quieto y no temblaba siquiera por la proximidad de un bus articulado. Empezaba a llover. De sus ojos, que le picaban por el polvo de los cartones, se deshidrataba un mundo solitario. Se evaporaba de arriba hacia abajo una laguna azul en la que flotaba un futuro ahogado.
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20 comentarios:
Los gatos se peinan y si hace falta se comen, todo es cuestión de necesidad...
Escribes muy bien.
Saludos.
Hombre, Toro, muchas gracias. 'Y hasta se comen' jaja. Seguro. La necesidad dicta lo que la mano escribe mientras empuña.
Cierto, muy cierto.
¡Muchos saludos!
F.
Muy buen relato Felipe. A pie de calle pero con esos giros evocadores de la realidad espiritual que somos, ajena muchas veces a la tecnología y vuelta hacia la naturaleza y el cosmos.
Cordiales saludos.
Manuel Marcos
Manuel, ¡cómo es de chévere verte por acá!
La verdad es que, excusados en la rutina, filtramos nuestras intimidades cósmicas, nuestras frustraciones más internas. Sobretodo nuestros miedos. Una especie de traducción de un lenguaje que no es posible comunicar.
¡Un abrazo!
F.
Hola, amiga Mista:
Ya sabes que cerré mis blogs para descansar por una temporada, pero no me aparto de los vuestros, os sigo leyendo.
Un placer estar en tu rincón.
Un beso.
Mi querida María, noté que ya no era posible entrar a tus blogs hace poco. Menos mal me escribes para avisarme que es sólo temporal. Aveces necesitamos de un descanso profund para reecontrarnos.
Un abrazo enorme.
F.
Vaya mundo convulsionado, pero se sobrevive.
Un placer leerte.
Salvador, sí, se sobrevive. Aveces uno se pregunta para qué pero esa pregunta es más vieja que la costumbre de preguntarse. Con perdón del querido Descartes, claro.
Un placer que me lea, al contrario.
Abrazos pues.
F.
adoro a los gatos
felicitaciones es un texto muy bien plantado
gracias por la huella Felipe
un abrazo desde Chile
una revolución para los ojos
No compro manzana porque me gusta más la mandarina. No uso agua carbonatada para sacarme la sed, mejor el jugo en polvo. No fumo en pipa, uso alpargatas.
Es todo un texto fundamental, malamente basado en un reproche o una envidia, aunque el acomodador bien quisiera un beso de las buenas noches, no?
De un viernes frío, patagónico y solitario a este texto desvariado.
Abrazos!!!
Estoy de acuerdo con la última pregunta de su reflexión: "¿por qué este afán de compartir todo con todos a todo hora?". La globalización tiene más inconvenientes que ventajas; ahora mismo no encuentro ventajas... anulan las costumbres, creencias y rutinas que cada sociedad mantiene para implantar lo que nos viene de fuera; por aquí también sabemos de la exigencia e imposición de las fiestas, celebraciones, costumbres de los yanquis...
me gustó que él la echara de menos mientras entre detergentes de ropa de color y cajas de cereales.
un abrazo :)
Eso le pasa por andar haciendo favores...
Y las calles siempre lucen solitarias cuando el solitario es uno mismo.
Saludos
J.
Lichazul, yo nunca he tenido gatos pero todos los que tengo de amigos, tienen uno. Así que algo he podido captar de la dinámina. :)
Muchas gracias por el comentario. Se hace, lo que se puede.
¡Saludos!
F.
Joaquín, seguro. Nada como un súper mercado para salir saturado y revolucionado. Por lo menos, endeudado.
¡Un saludo!
F.
Etienne, pues sí, quizás porque esas reflexiones de lo prpfundo, pueden surgir de lo banal e innecesario. Cruel, sí es siempre así.
¡Un abrazo!
F.
Esilleviana, sí. Hay una especie de afán de compartir todo. Como si hiciera tanta falta. Pero bueno, ante ese mar que empuja, buscar flotar.
¡Un abrazo enorme!
F.
José, jaja, me gusta el tonto de, sí ve, eso se le pasa por calabaza.
No cabe duda, que vacío el cuerpo, vacío el mundo. Qué bonito te salió eso.
¡Un abrazo!
F.
Gran relato, te felicito. Sólo faltó que al tipo se le rompieran las suelas de los zapatos.
Abrazos.
Sarco, sí. Jajaja y sobre un charco.
Qué bueno que te pasaste, hombre.
Un abrazo pues.
F.
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