Durmiente.


Tengo otra vez miedo de mis sueños.
De esos rostros que veré. De esos espacios sin sonido y paredes huecas y corredores sin fin. De sombras en donde todo es borroso y complementan huecos y pinturas a medio hacer. Superpuestas siguen las sensaciones en mi piel. Allá aún te siento.
Anoche me saludaste y es ya tu cuerpo y voz el globo perdido en el horizonte que alumbra con gasolina las estrellas en el fondo. Me hablaste y me dijiste que volviera a las tres. Quizás porque aún creo que tu humanidad existe en este ahora. Quizás porque no hay otra manera de existir sino creyéndote. Y ahí, en ese bar en donde hablamos y en donde no se me explicó cómo debió montarse esa realidad, tus amigos eran otros. Luego fui conciente. Un mundo lúcido se me vino en un chispaso y me dijo que todo esto bien no podría ser y era momento de retirarse sin despedirse. Te quedaste trabajando y yo vi de civil, mientras salía por el ascensor, al vigilante de mi edificio.
Cuánto temo de las imprecisiones. Y ahora es el pánico de dormir el que asfixia.