Finalmente llegó la noche y allá la noche ya se hizo.
Es un cielo sin estrellas, oscuro, es un mundo ahora cenizo.
Pues cierras tus ventanas al murmuro de la distancia
mientras yo te espero en el día claro, en su infancia.
Mis ojos, mis ojos. Aún se mecen en la duda. Asustadizo
está mi pecho que se hunde en el cemento triste y más macizo.
¿Por qué te me pierdes en las decembrinas fragancias
que no son más que espejos rotantes de las circunstancias?
Yo sigo ciego al embrujo de tu certero hechizo,
embriagado del horizonte que todavía veo brillante y mestizo.
Que habrán en los días que ya llegan inevitables discrepancias
pero podrán más nuestros hinchados corazones: constancia
de este amor gigante, amor mío, que aveces parece escurridizo
como de la aventura de tenerte a mi lado y toda su Abundancia.
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