Me aterra pensar cuánto se parecen las palabras Alergia y Alegría.
Es un designio semántico, una casualidad irrisoria de la única certeza: y es la incertidumbre.
Cuánta incertidumbre.
Cuánta duda.
Cuánto misterio a cada paso en este camino cual filo de un cuchillo.
Un mal paso y la más feroz caída. La propia, la de los amados, la de los odiados.
Y hasta la de los desconocidos.
¿Por qué ha de ser que no podemos conocer ya lo que vendrá?
El miedo al quién-sabe, al no-sé-cuándo, al no sé-sí-sí porque puede ser que-no.
¿Tiene sentido una vida sometida a un criterio probabilístico?
No hay felicidad más tonta que la felicidad en sí misma. Apenas la agarramos
y ya andamos temerosos de que en el siguiente movimiento se nos vaya.
No hay miedo más cierto que el miedo en sí mismo.
Miedo siempre tenemos. Miedo al miedo que ya está y puede crecer.
Miedo al desconocido miedo que podrá llegar.
Miedo al miedo que ya estuvo y puede repetirse.
¿Por qué tendrá que ser el futuro desconocido?
¿Qué determina ese horizonte difuso?
Las leyes de la física, claro. Donde todo puede pasar.
Pasar que no pase o que pase.
"Cualquier motivo es bueno para beber. Hasta no tener motivo es un motivo".
Todos los días llueve en las calles y dentro de las casas.
Y cuando para de llover, entonces seguido deja de escampar.
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