De las arenas y la huella.

Amanece, pronto. Sale. Se esconde.
Se esconde. Sale. Anochece, pronto.

Era el chontaduro. Eran todas las frutas, el agua dulce y el verde (el dulce verde) y aquél azul...

Era el aire que se estrellaba en las tormentas. Las noches y los caminos, los silencios, las palabras. Eran todos pero...era ninguno.

Era sólo uno:

era La Guanábana.

Era, de las noches, el requerimiento de ni siquiera una sola sábana.

Eso era.

Es ahora de esa existencia, de cuerpo -se me dijo- ninguno, un largo e inexorable ayuno.

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