Acá estaré mirando por la ventana los ratones que me miran por la misma ventana.
Por esa ventana que es a la vez puerta. La otra puerta. La que está frente a la puerta que no es ventana. Sólo puerta.
Creo que hemos iniciado una relación interesante. Son dos. ¿O cuento el mismo dos veces? Lo dudo, lo he visto dos veces y al mismo tiempo. Deben ser dos.
Me miran con curiosidad. Creo que les gusto. ¿Tendrán hambre? Yo sí, pero no de ellos.
Mientras tanto mantendré la puerta-ventana. (No, la uso más como ventana que puerta)
Decía: la mantendré abierta arriba y cerrada abajo.
Y es que, claro, me costó sustos acostumbrarme a las arañas en la ducha. Palmadas, a los zumbidos nocturnos de los zancudos en mis oídos. Chancletas y chancletazos a los demás que mis conocimientos taxonómicos no me permiten clasificar. Pero a los ratones, bueno, no sé, necesito tiempo. Soy malo para las relaciones serias cuando parte del acuerdo es el irremediable silencio.
Ahí se sientan y me miran y mientras, entre tanto, recorren el único pedazo de cemento libre. Husmean, caminan; caminan, husmean. Me miran y esperan que los deje entrar. O eso creo que intentan decirme con sus bigotes. Son simpáticos. Parecen niños jugando y se asustan con medio suspiro. No necesito más que poner el dedo en el vidrio y corren.
Somos amigos ya, tengo la impresión. De algún modo esto funciona.
Habré de hacerles un día de estos una cena en mi silla-mesa-escritorio-convidadero. Con velas.
¡Y una botella de vino!
De las baratas.
2 comentarios:
Una vez tuve un amigo de ésos, uno solo.
Era veloz y nunca se detenía a visitarme, decía que tenía cosas que hacer.
Pasó rápido y nunca más volví a verlo.
Etienne, te comprendo, sabés. Ellos tienen vida de ejecutivos. Siempre en reuniones, siempre ocupados. Poco tiempo para pasar y sentarse con nosotros en el andén. Para conversar. Para un café.
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