Jabón.
Pero claro, tenía que ser así. ¡Qué más habría podido esperar!
Hundiste la última llama de esperanza que me quedaba en el lavaplatos mientras limpiaba la comida del desayuno que te había servido.
Bien pudo ser en la ducha, pudo ser en alguna tina (y quién sabe en dónde porque no tenemos una), pudo ser en ese vaso de agua que siempre pones debajo de la cama para ahuyentar espantos. Que no sé cuáles, los míos quisiera pensar pero ya te habrías ido si fuese efectiva (el agua) o efectivo (el vaso). ¿Se requieren ambos?
¿Por qué la apagaste? ¿Porque eliminar ese rastrojo de luz divina que nos alumbraba en las noches mientras tomábamos nuestra aguadepanela y hablábamos de cómo se habían empantanado las calles con este invierno? ¿Recuerdas? Nunca te gustó con queso. Yo siempre quise más pan pero temía que se acabara.
Recuerdo el día en que amenazaste con ponerla a nadar en el inodoro. Y te respondí que no me importaba, que hicieras lo que te diera la gana...mientras lloraba y rogaba a todos los dioses que rigen el camino de las tuberías que si llegabas a hacerlo la mantuviera viva y la reapareciera escondida en un recipiente patas arriba.
Como en nuestras épocas en el laboratorio.
Pero le pusiste el dedo húmedo encima justo en el momento en que intenté cerrar la llave y protejerla con la cáscara de medio huevo. Y ahora yace aburrida sólo la mecha.
¿De qué estará hecha esa mecha?
Negra. Peluda un poco quizás por el contacto con el agua. Envuelta entre fríjoles del almuerzo de ayer y con algunos pedazos de papaya y mango del mercado de hoy. Apenas hace un rato cuando sonreiste y yo te sonreí. ¿Me sonreiste?
El día en que la trajiste yacía como una pájarita escondida en una caja de cartón. Tan pequeña. Tan sensible. La envolví con uno de los limpiones pero tuve miedo que se quemara y decidiera extenderse al mantel que tu mamá nos regaló la anterior Navidad.
Parecía mirarme pero estaba exhausta y hambrienta. La pasé entonces al plato de las ensaladas y le dejé algunas servilletas para que pudiese jugar a incendiarse y le dejé cera del velón de Santa Marta para que aliviara un poco el malestar. Todos los días desde entonces la había saludado en las mañanas mientras dormía. Era algo perezosa y siempre despertaba pasadas las diez.
¡Estaba dormida! Y, ahora, después de tu previsible despojo y crimen, quedará por siempre en ese sueño infinito de las altas temperaturas en donde todo se funde. El amor con el odio. La locura y la cordura. La humilidad con la avaricia. El miedo y el silencio. En la argamasa pegajosa del infinito.
¿Planeabas hacerme feliz y luego apagarme? ¿Era tu deseo realmente verla ahí: indulgente y muda? Pensé que también la querías a tu lado.
Y creo que ya ha sido suficiente, creo que esta ha sido nuestra última comida juntos, nuestro último café y creo que ya he desperdiciado mucha agua lavando tus -ahora- recuerdos.
He de cerrar la otrora válvula y encontrar mi pequeña llama esperándome en algún otro corazón.
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