De amores
"De todos modos lo que toca es regresar" Fue su frase innagural un miércoles de lluvia al caer la tarde. No podía moverse. Era tal la profundidad de su reflexión que el agua, estando él de pie, le bajaba a chorros por entre el cuerpo a medio vestir. Él apenas si entreveía el sol de fondo entre tanta nube y tanto gris. De todos modos, sí, lo que debía hacer era regresar. Había empezado con Juliana, la vecina cándida de 18 años de la casa de enfrente. Ella, claro, no lo merecía. Quizás por no merecerlo lo merecía. En las mañanas, cuando Juliana salía al colegio, él sólo podía irle detrás, pues iban en la misma dirección, inventando mundos en donde se tropezaban y ella sonreía amablemente y él la escupía en la cara sin decir nada, dejándola muda con su risita mediocre a media tinta. Otras veces se imaginaba hacer la misma fila con ella en la panadería. Mil de rollito, mil de blandito. Ofrecerle pasar primero y apenas ella lo hiciese empujarla para ser él primero. La amaba profundamente. Era de esos amores basados en el odio y el maltrato y la violencia. De esos amores que asustan a todas las partes. A mí me asustaba. Sabía de sus sueños con ella y sus fijaciones con esa delgada figura de casi niña llamada Juliana. Hablaba poco de eso pero pues con las cervezas y la botella toda a 2 mil pesos, surgía esa verdad molesta, esa verdad que me dejaba pensando: ¿le digo a la familia? ¿Deberia denunciar esto? ¿Debería contarle, avisarle, reportarle a alguien? Nunca lo hice. Sólo me quedé ahí de pie mirándolo cómo se bañaban de agua de lluvia ambas pieles. La de Juliana que yacía ahí entre húmeda y aún con el rostro de pánico profundo de quien no entiende nada y sabe que todo se acaba en ese instante. La otra piel, la que mojado él había arrancado de sí mismo a pedazos para proteger de la lluvia al cuerpo mojado y muerto. Él se desangraba entre tanto, ella ya no necesitaba desangrarse. El tijeretazo había sido tan efectivo que con un sólo movimiento había acabado vida, amor y Juliana. Yo apenas podía respirar. Regresaría a mi casa, a mi cama, a mí. Me amaba igual que a ella. Yo le temía. Sin parecer parpadear giró su cabeza hacia donde yo me encontraba y con la claridad de quien se sabe dueño y de quien sabe que le habla a quien se asume perdido y desangrado me dijo: "De todos modos lo que toca es regresar". Cerré mi mano y agarré la de él. Serían apenas unas cuadras antes de llegar a casa e inundar mi propia muerte de mi propia sangre.