Memoria sistemática.



¿Cuánto es una vida? Todo el tiempo que siento que pasa en mis días y miro hacia atrás y pienso, ¡ya diez años desde que empecé aquello! ¡Ya veinte desde que terminé con ello! ¡Ya casi treinta desde empezar a empezar! Mi sensación de los días que se van es de mucho haber vivivo, de mucho recordar, de mucho querer escribir y planear y dormir y comer y compartir. Cuántos 'y' podría acumular. ¿Qué es una vida? Una esperanza de vida, que en el mejor de los casos, no supera los ochenta y cinco, algunos cien y otros, no sé, ¿130? Y sin embargo, llevamos milenios, treinta milenios amontonados en huesos y herramientas por ahí enterrados en cuevas y desiertos antes mares y valles antes lagos y edificios imperiales antes montículos, memorias que se guardan como cuentas de ahorro en el banco del tiempo. Pienso en todo lo que ellos una vez pensaron mientras ponían sus manos en rocas y acantilados con un propósito que no sólo nos resta imaginar y suponer. Pretendiendo sistematizar ese silencio que nos llega palpable. Hace tanto...hace apenas un suspiro de una estrella. Cuando llegaron y se decidieron a por las playas del mundo y las cordilleras y las nieves perpetuas, las bacterias ya tenían casa y esposa y finca y veían en estos humanos erguidos una novedad, una irrupción al día corriente de lo que siempre había sido. Esos que se decidieron un día por carne y puntas de lanza, corriendo por ahí con planes y miedos pensando que quizás esos cuerpecitos que en el océano infinito y sin nombre tambaleaban miles, bien podían ser cazados, mordidos y mirar a ver qué pasaba. La escritura, que tanto la defendemos, llegaría mucho pero mucho después y sólo para hacernos no más humanos sino más sociedad. El lenguaje que se formó como conclusión fortuita de estar juntos para no estar separados como osos polares y demorarnos en comer y sobrevivir y reproducir. El amor, con toda su música y arte y pintura y poesía detrás, apenas un mecanismo para asegurar la colaboración y la manutención. Mi vida, que arrastra apenas un pedazo de todo lo que podría recordar, me parece larga y más larga me parecerá mientras continúe hacia adelante caminando el río ese de Heráclito, que no me queda de otra, y me pregunto si la sensación de mucho llega a un límite en donde dos veces mucho es simplemente mucho. No importan los superlativos o los eufemismos a los que acudamos sino esa percepción interna de todo lo bailado. De cuando ya no podemos contar el número de palabras que le dijimos, ni las lágrimas que le lloramos. Ni siquiera los días, con sus horas y sus minutos, apenas si los años. La vida no es corta, preguntésmole por si las moscas a la mosca, sino que de repente se corta. Se va así nada más al archivo y compendio histórico del horizonte que nos registra y se registra a sí mismo. Antes de tanta cosa, estaba un olvido o mejor, un recuerdo que no sé recordaba a sí mismo.

Durmiente.


Tengo otra vez miedo de mis sueños.
De esos rostros que veré. De esos espacios sin sonido y paredes huecas y corredores sin fin. De sombras en donde todo es borroso y complementan huecos y pinturas a medio hacer. Superpuestas siguen las sensaciones en mi piel. Allá aún te siento.
Anoche me saludaste y es ya tu cuerpo y voz el globo perdido en el horizonte que alumbra con gasolina las estrellas en el fondo. Me hablaste y me dijiste que volviera a las tres. Quizás porque aún creo que tu humanidad existe en este ahora. Quizás porque no hay otra manera de existir sino creyéndote. Y ahí, en ese bar en donde hablamos y en donde no se me explicó cómo debió montarse esa realidad, tus amigos eran otros. Luego fui conciente. Un mundo lúcido se me vino en un chispaso y me dijo que todo esto bien no podría ser y era momento de retirarse sin despedirse. Te quedaste trabajando y yo vi de civil, mientras salía por el ascensor, al vigilante de mi edificio.
Cuánto temo de las imprecisiones. Y ahora es el pánico de dormir el que asfixia.