Mañana de jazz.

Llueve. Se filtran gotas por la ventana. El viento, que empuja el vidrio, acaricia las hojas verdes que crecen entre el cuadrado cemento. Son horas de tambores viejos, horas de trompetas nocturnas, horas de piano. El café está hecho. Los aplausos retumban. Las campanas de alguna iglesia cercana anuncian la mañana. Y alguien canta.

Dormidos los rincones, se amontonan las melancolías. Las mariposas amarillas vuelven al cuerpo que creímos perdido. El ahogado es aún más hermoso. Y el viento de la desgracia ya no empuja la vela. La apaga.