Sin índice.


¿Tener los pies en la tierra?

Es decir, ¿limitándome? ¿quiere decir que también debo ver siempre mis pies en la tierra? ¿Que jamás podré partir y quizás regresar?

No poder optar.

No.

Me pido: no.

Tenso.


¿Vivir al máximo? Tampoco. Agotarse apenas poniendo un pie en la vida. Cansarse. ¿Hacer todo tan intenso que resulta cada giro incomprensible, inasible? ¿Exprimir las ganas restantes, consumir el poco de energía que queda? ¿así nada más?

¿El máximo con respecto a qué?

Que también me gusta deprimirme...

Si es que acaso me deprimo.

Me pido: no.

De la inmediatez.


Me inquieta eso de vivir cada día como si fuera el último. Yo me imagino eso y me veo angustiado intentando hacer todo lo que en un día jamás podría llegar a hacer. Si viviera así: se me haría plenamente conciente la infelicidad que en el bolsillo llevo debido a la zozobra de saber que no hubo más tiempo. Que se acabó. Que como es, es. Y que, como dijo Andrés hablando de lo que decían los ahora más mayores, el que se quedó, se quedó.

Y lo que se quedó, se quedó.

Me pido: no.

De Mohr.


Pues básicamente: ser infeliz.

Eso mismo me preguntaría en ese otro estado: ¿qué se necesita para ser infeliz? La felicidad, supongo.

Pero ya dijo el hombre Hauer que para ser infeliz no se necesita nada.

Pero la nada necesita del todo. Es decir, a la felicidad para que sea la nada innecesaria de la infelicidad. Y así, la felicidad.

Me leo (y oigo con entonación y gestos) escribiendo, leyendo y oyendo, que equivocarse es lo correcto pero que es un error equivocarse.

Y esto bien puede ser un error.

Y un acierto.

Una mentira. O una confesión. Y ciertamente esto último: no lo es.

Porque puedo mentir y confesar. Mintiendo sobre una cosa y confesando sobre otra.

Como cuando me creo cierto. Como cuando me soy.

O cuando me niego.

Allá va: llegando.


Y es ahora el ahora del que tanto hablamos. Aun cuando la discusión versa sobre el ahora en revistas. En la página cuarenta y 8 mientras que en la 40 y nueve se publicita un mp3. O cuatro, ó 5, o quién sabe hasta dónde llegue la serie de la serie.

Como la serie que mide el fin del entendido Todo. Lo que está allá es Todo menos 1. Es decir, uno. Yo, para mi caso. Y es que, si me fijo, yo y mi y mí tienen todo que ver. Son lo mismo.

Pero bueno, dicho así, me hablo a mí, hablo conmigo. Lo quiere decir que no me comunico.

Pero lo hago, arduamente. Lo que tampoco quiere decir que lo logre.

¿Será acaso que todo lleva al infinito?

Si. La parte es la que lo hace.

Y es que ahora que sólo sentir-me, ser mi sensación y sentimiento soy. No soy. Me oigo. Me veo. Me toco. Me respiro. ¿Pero me escucho?

Aveces. Cuando aspiro, suspiro y respiro mi vida, lo que se me quedó, lo que al parecer está pero que se está yendo y lo que se sentará, se acostará, se echará y raíces hará, cogido, agarrado, de la mano, de los dedos, del puño con la soga de la que cuelga o con la rama atrapada, una mano tensa de esfuerzo y por la fuerza que da el Valiente o el Miedoso. De infinito. Para ser dejando de ser. Y para ya haber sido.

Me-soy es quizás más preciso que soy.

Que la vida se me va...

Acá.


Ahora sí que si. Ya casi. Ya casi. A punto. Una mincha nada más. Listo. Ahí.

En fin. En ese punto donde sé que llega lo que debe llegar. Lo que parece obvio. Como el miedo. La pereza. Como, en rarísimas ocasiones, la felicidad. Y claro, así debe ser. O así es. Mejor.

Sentado. De pie. Acostado. En la tranquilidad del sueño. Sólo que en la zozobra del sueño que se va caminando callado pero tenaz.

Para llegar al otro sueño: que es esta vida. O bueno, al parecer la mía. Porque, claro, no conozco las de los demás. Apenas creo conocer, entrever.

Pues ya lo dijo aquél hombre de remo y canoa.

Que se ahogó en sus palabras.

Y fue en algún momento: feliz.

Afuera.



Nadie es una isla en sí mismo, decía.
Y lo dijo la campana por quién las campanas doblaban.
Dan ganas de llorar. Pero llora la parte que se queda.


Cuesta. Duele un poco. Es un tema de, cómo decirlo, cambio. De ver que las cosas son sólo pequeñas partes de cosas más grandes que conforman el Todo de la vida. De toda la vida. La que percibimos y la y lo que no percibimos. La que aveces no notamos por no esforzarnos o la que nos llega por casualidad. Las pequeñas partes que se le presumen a las cosas y sus realidades o a La Realidad, son las que hacen nuestra realidad. Que bien puede ser un espacio confuso dado que nuestros sentidos no son los mejores y somos una especie como tantas otras tratando de sobrevivir. Sólo que ya confundimos el significado de mucho y los hicimos viable. Pero eso es lo que vemos y no podemos ver más que lo que, por vez primera, vemos. Como cuando le vemos colores al sonido. Como cuando vemos que oímos.

Todo se desliza en un inseparable dibujo. Y todo se va en pequeñas porciones, una conectada con únicamente otra. Que la dualidad sea aquello que empuja, aquello que evita.

Y heme aquí, transcribiendo.

No me queda más que la intención. Decidir olvidar el resultado de algo antes de conocer el resultado, es dejar también de desear: decidiendo. El carro que cruzaba hace poco, interrumpo, tuvo ese sonido lejano pero puntual, como que se siente, se percibe pero es poco claro, es claro que está pero no es claro su sonido al escucharlo. Llueve, tengo la impresión. De fondo. Suena a la lluvia que cae y que sentimos presente mientras estamos concentrados en otra cosa completamente diferente. Más o menos así.

Y es que darle palabras a las cosas es acomodar otras cosas con cosas que le son diferentes. Aveces menos, aveces más. Y en esencia, es por vernos, escucharnos, tocarnos. Por, básicamente, conocernos.

Nadie es una isla en sí mismo, decía.
Y lo dijo la campana por quién las campanas doblaban.
Dan ganas de llorar. Pero llora la parte que se queda.

Lo que se fue cuando se es.


Y aunque llega, llega con lo que se va. De tal manera que, al final, lo que se va siempre se queda.

Pues nada da como lo que da el azar.


Recibo esto de nuevo. Y llega y refresca las noches de medianoche. Me recuerda mis recuerdos más preciados. Me recuerda eso que hizo que ésto fuese bueno. El azar.

Nido.


Me quedo. De pie. Mirando el humo que se escapa. Que se va a la sala. Se esfuma el humo. Y yo aspiro. Soplo al universo la bocanada de larga vida, la bocanada de fauna, la de verde flora. El cuarto de vida se llena. Y el cuarto sopla. Por las ventanas y rendijas sopla su vida, aquello que le llena mientras se desliza y se va.

Rendido. Exhausto por la simple saciedad de completar este vacío, este silencio. Las cuerdas se lamentan y preguntan. Pero donde oigo aquello sobre lo que escribo, es otro sonido como en aquello sobre lo que escribo y cuando lo escribo. Si hay sonido...

Por eso, claudico. Me rindo.

Inalámbrico.


Cuando las pasiones de esa real irrealidad sean más fuertes que lo que lo son en ésta, seremos lo que queramos ser y dejaremos en esta de ser para no ser más.

La que se queda, no se va: canta.


La fluidez de esos que fluyen, de esas que orbitan en el entorno liso se van sin costo o gasto. Se van. Aún si son detenidos y atadas.

A-cá.


Y ahora lo veo. Sobretodo considerando que, cuando lo escribo, no lo estoy viendo.
Es decir, el punto.
la clave.
Es decir,
La Llave.

A-já


He tenido que rendirme a la imperiosa necesidad de la infalible risa fuerte.
Y qué bueno fue.

Hey.


This day, this time and hour, is the day.
At night. At my bed where I rest and lay.
Just before the last light, the last sunray.
I will be there. Alive. With nothing to say.
Cause I have done The All. Everything I have payed.
Forget any mistake or if I being betrayed.
This is just a game. A life play.
Here the path ends, and I reach the goal of this way.

Time to say godbye, time to look above and pray.