El vaso y la botella.


Recorres los rastros, los últimos charcos rojos de la noche. Enciendes la llama, conectas, prendes. Aprietas el botón de la melancolía, de la danza, de la lujuria y todo va como van las carreras que se manejan con los dedos: turbo has de apretar, la roca has de esquivar. Te enredas en esa maraña de sueños perdidos, de muslos perdidos, de suspiros perdidos. Te arrastras en silencio, te arrastras en el silencio, te arrastras entre el silencio. Oprimes las teclas. Te escuchas oprimiendo. Oprimiéndote. Sumergiéndote en los glóbulos de tu propia desdicha aún te ves acabándote. Palmo a palmo, dedo a dedo. La botella se hace eternamente verde y ya sabrás que pronto habrán de reemplazarte. Destino del cubo finito que se hace finalmente traslúcido.