Alarmas de la vida

Hay domingos de domingos.
Se me olvidó apagar anoche la alarma y esta mañana sonó muy a las 6 am como un latigazo. En el de querer apagarla, afán cegatuno y a oscuras, me tropecé con el calentador portátil, que me llevó así a empujar la silla del escritorio, cosa que caímos al unísono los tres en tremendo escándalo cual Titanic. Ni Michael Jackson lo habría hecho mejor. Como estoy en Estados Unidos, la alarma contra robo empezó a sonar, salí corriendo a apagarla y quedé tranquilo por unos minutos cuando me llama mi compañera de piso, que está por fuera de la ciudad, avisándome que la policía venía en camino. Efectivamente, llegaron a confirmar que todo estuviera bien. Muy amables, hay que decirlo, pero por supuesto estaba yo nervioso y molesto con toda la situación. 
Pasó así la mitad de la mañana y decidí hacer mi desayuno. Huevos fritos con pan. Como puse poco aceite, se alcanzaron a quemar un poquito, un muy-poquito, pero fue lo suficiente como para que ahora se estallara la alarma contra incendios. Otra vez salí corriendo a apagarla y llamé a mis compañeros a reportar que sí, que otra vez yo, que no, que no había pasado nada, que perdón, que yo sé que es Domingo, y que si llegan a cobrar algo pues que siempre pueden disponer de uno de mis riñones, o que puedo hacer una colecta a punta de empanadas. Parecía que no pasaría nada y cuando ya estaba camino a la ducha, vuelven a timbrar y es nuevamente la policía, otros policías, también muy amables que, para cuando salí a abrir con la pijama puesta al revés  y con sólo una chancla en el pie, ya se estaban yendo y me gritaron, ¿todo bien? Sí, todo bien, se me quemaron los huevos fritos. ¿En serio? Sí, en serio. Se rieron conmigo (y seguro que un poquito de mí) y me regresé a enviar un mensaje a mis compañeros: sí, otra vez yo, finalmente sí vinieron. No, no pasó nada de nada. Sí, cualquier cosa aviso. Perdón. Perdón por ser tan menso.
Cansado de todo el drama de Domingo, por fin quise regresarme a la ducha y cuando ya estaba en esas, nuevamente empezó a sonar el timbre. ¿Los bomberos? ¿Nuevamente la policía? ¿Mi mamá con una correa?
Me arreglé como pude y salí otra vez vestido a medias y abrí la puerta. Señor, buenas tardes, ¿conoce ud de nuestros servicios? (Me quedo mudo acomodando nuevamente en su lugar mi corazón que lo tenía en la manos. Tengo ganas de gritar o de llorar o de ambas) No, no conozco sus servicios. Gracias por el folleto. Este Domingo aún no se ha acabado. Apenas son las tres. Hay espacio suficiente para que continúe Betty, la fea, versión yo. Ya les contaré.
Sigo sin bañarme.