Un viaje y el viaje.


Se dijo que sí, que había que invertir cada centavo, cada último suspiro en conseguir el dinero a punta de empeñar de todo, de vender todo, de aceptar cualquier trabajo, de dejar pedazos de cuerpo por ahí, pedazos de vida, de cargar niños, acompañar ancianos, cuidar edificios, cocinarle al mundo y sus perros, de lo que fuera, como sea, en donde sea y lo que tocara. Acá ya el punto no era en donde le sonara la flauta sino sacarle música a los huecos del delantal a punta de soplo, suspiro y cansancio. Pero se dijo que todo por irse, todo por ese viaje que no importaba nada de nada, ni la experiencia del primer avión, ni del primer país, ni siquiera un idioma raro gutural pronunciado quién sabe cómo para decir quién sabe qué, ni no tener dónde llegar, mejor dicho, acá, en esta constelación de partes desgraciadas y deudas y toda la mierda propia de la vida y sus circustancias que son peores, lo que importaba, lo que estaba diáfano y espiritual era el pequeño rayo de luz. Esa liniecita delgada, fínisima como un cabello de ángel. Ese aire tibio, ese vaso de agua, esa cerveza a punto, ese aguardiente de 31 de Diciembre. La sonrisa que sólo puede salir de quien se embadurna de la luz de aquello que verá, del futuro que aguarda como uno lo quiere y lo planea y se hace cierto en ladrillos y cemento. Ese ser que un día estuvo y que con o sin el Todo, va estar ahí en compañía perpetua. Lo vale todo. Todos los mares de la dicha, todas las lágrimas en roca. El mundo que una vez tuvo. Diga, no más. Y trabajó y trabajó y gastó el grosor de su piel y una vida entera y dejo grietas hasta en su propia sombra. Años que se fueron como días, días que entre la bruma y la niebla de la siempre aparecida y usual desesperanza y desesperación y frustración con puños en las puertas y en la tierra y gritos apretujando las manos, días que parecieron años. Y un día como esos, una mañana, en un segundo infinito, le entrelazó nuevamente las manos. No hubo pasado y dolor. En una explosión el tiempo reprogamó sus piñones y le dio sólo rienda a un destino manifiesto para sí: a la eternindad de verse y saberse juntos nuevamente y en el ocaso de lo tangible, ser para siempre en el amanecer de lo intocable.