Miércoles diez con nueve

Se callaron todas las voces. Las manos han sido atadas. Que se apague la lámpara finita y se resquebraje el vidrio de tus ojos. Que se agote mi sudor y se evapore mi último refugio. Marcas y rastros de una memoria rota.

De reojo.


Hay una soledad en esta ventana. Hay vidrios que reportan cuerpos caminando y camas vacías. Luces en las paredes de televisores prendidos que nadie ve. Un cuerpo que gira intentando atrapar el sueño sobre una alfombra rota y que ahora mira por su ventana. Hace el sol de las cuatro y la ciudad que está viva parece muerta. Entre estas paredes, metido en este cubículo con una puerta bloqueda por mis propias manos y la nevera vacía. Días en que el agua corre tonta y sola mientras me baño y entreveo mi propio reflejo en las baldosas. Percibo más las grietas que a mí mismo. Aveces canto. Aveces creo que cantar se asemeja a volar. Aveces bailo y camino y cuento los pasos entre cada cuarto y brillo descalzo el piso de madera esperando abrir un túnel invisible entre cada vivienda y hundirme bajo las vigas que sostienen este edificio viejo y gritar y gritar sumergido todo con la boca llena de tierra. Creo que la historia lo resuelve todo. Que recorrer con mi propia sangre la Reforma o los Templarios, quizás Al-Ándalus, la sombra de eso que llaman Lucy, el acero y la espada, el vapor que empuja, el aceite negro que apaga, creo que lamer todo lo escrito y tallado me pondrá en el camino de vuelta al tiempo y la entropía. Que me devolveré olvidando que soy y existo y me soy en esta hora en que me tocó vivir y vivirte. Empujar a Juana de su hoguera y dejar mi cuerpo abandonado entre esas llamas. Que sea ella quien se haga Santa y yo sólo cenizas.  Me curo, cumplo la expiación de mis propias imágenes de cuando duermo o cuando te toco y nos tocamos y quiero que las rocas converjan en mí y ropan mis huesos, de cuando debo introducirme en vagones irrespirables sin luz y con el destino repetible de siempre, de todos los años, de todos los días, con la maldita e imparable rutina, con la carga de todos esos que se hayan a sí mismos fabulosos y sienten el deber de compartir su fabulosidad a gritos y empujones y de esos miedosos que quisieran no estar ahí y no tener que reunir siempre monedas y todos los días pensar que o esto o comer. Me sufro. Me desgarro desnudo frente al único espejo que puedo ver. No tengo esa piel que quiero vestir ni son esos ojos los que he deseado para ver. Pero me queda el equilibrio, el máximo desorden, el fin o cuando menos ese fin.

Viernes catorce con doce

Viernes que duelen. Viernes que arrancan y filtran entre heridas ya existentes cada rostro apacible, cada suspiro feliz. Queda un cuarto vacío y un grito. La sombra de algo que puede ser. ¿Cómo dar nombre a lo que avergüenza? ¿Cómo mirar el cuerpo herido, la voluntad mancillada?

Domingo nueve con doce

Vigilancia. Un punto rojo que desencadena todos los patrones de los cuerpos y sus sombras. Un rostro que te ve mientras duermes bajo las cobijas, entre las puertas, entre cada átomo e incierto corpúsculo de aire aspirado, de calle y avaricia. Cuando mientes. Pero no cuando te mienten. Cuando eres el engaño y engañado. Quizás cuando mueres.

Viernes cero con siete

Sólo soplas. Árboles que caen en las noches mientras las calles protegen borrachos dormidos y piernas desnudas. Horas que se filtran por entre ventanas sin ojos y aquellos cuerpos despiertos que cuentan y recuentan las manchas en las paredes. A medio andar saben que no andarán. Se harán una cobija de suspiros por esa noche sin sueño, por ese rato de insomnio.

Lunes tres con cero

Y paredes que te hiciste, cajones de risas apagadas. Aguas de olas enormes y futuras que acabaron la llama que tú mismo soplaste. Te disolviste en tu argumento y la luz blanca de tus ojos enfrentó el diamante y el chasquido. Apareciste entre los matorrales: tendido y sereno. ¿Por cuántas horas las nubes miras?

Viernes tres con cero

Rojas son tus calles. Grises siempre todos tus cielos. Nunca sonríes. Se te acumulan en tornados cada uno de tus gritos. Y nosotros, como piedras, como monolitos, a penas si te imaginamos. Acabarás primero cada cajita de oxígeno en este mundo, antes que yo decida abrir un ojo para no mirarte.

Viernes veinte con tres

Hay esas cumbias. Esos sones. Ese cuerpo tuyo como gaita. Y yo, que me bailo, te bailo y te bebo. Aguardiente por tus miradas y tu aliento. Maracas y bombos por cada vez que te me duermes. Por tus noches y tus cantos. Por este tu viernes.

Martes dos con siete

Mentir. Mentirle. Encontrarte en el camino que nunca debiste arrancar. Desalojar los juramentos de acero y despellejar todo pasado sonriente en que creíste fielmente seguir todo aquello que escupías. Las serpientes atrapan las piernas frías. El barro se seca. Y caminas: hacia atrás mirando. Le caminas y le pisas. Herido, descalzo.

Crédito



¿Cuánto alcance tienen los dolores?
¿Cuántas lágrimas quedan aplazadas?
Mientras jugamos,
mientras pretendemos que ya no es.
Mientras le damos guión a nuestras bocas.
En un teatro vacío de nosotros mismos.
Sin sonido.
Un día, así, con el mar golpeando las tiendas,
con el estruendo de una biblioteca que se cae,
con los platos que se deslizan de las bandejas,
con las ventanas rotas por un balazo que nadie espera,
con la madera vieja enfrentada a la humedad,
un día, así, se rehacen los mismos cuchillos y la sangre vuelve a fluir.
Ese momento cuando nos preguntamos por la dirección del tiempo
y si nuestro cuerpos -quizás ya no amados- se siguen en su único flujo.
Sufrir a cuotas.
Llamadas de lo que parecía que ya habíamos olvidado.

Domingo diez con ocho

Las calles gritan. Paredes sucias y pedazos de plástico negro. Caminamos como por entre la maleza y llueve. Hay un miedo que reivindica el suicidio de la razón. Hay sobras en los calurosos días y pantalones rotos en los fríos domingos. Alguien, sin embargo, sonrió.

Viernes diez con seis

Me debo enseñar, debo enseñarle a eso que es mi cuerpo exhausto. ¿Y qué es mi cuerpo frente a mi sangre y mi pasado? Partes amontonadas. Óxido y muerte. Se desprende de mí una vida que es la mía. Acostumbrarme debo a que te vas.

Excusa de comunicación


¿Se lo dijiste así nada más? Esas excusas que te inventás vos.
Bueno, hombre, es que no sé cómo decirle lo que le quiero decir.
¿Cómo así? Pero si la has llamado como un cuatrillón de veces en unas borracheras con el ombligo para el otro lado.
Pues sí, en eso tenés razón. Maldito aguardiente. Pero ve, dejame te lo leo. Pero eso sí, ese día se lo canté.
¿Lo cantaste? ¿Vos cantás? Digo, ¿no sonás a gato bañándose?
Pues no sé, pero cuando canto me llaman de la portería al citófono con 'recomendaciones' de los vecinos.
Te creo. De amigo me bastás pero de vecino...ufff me pido no.
¿Me vas a dejar leértelo?
Sí, dale. Pero esperate mientras sirvo agua que ¡ay mi madre!
Listo pues. ¡Y dice!

'El tiempo ajusta sus medidas, la noche aguarda la mañana; el sol, su salida.
Está cerca y ya viene. Llega callada, furtiva.
Trae consigo una sonrisa y guarda en sus brazos una añoranza.
Confirma en mis pasos una esperanza.
Viajo por estas letras y a través de tus ojos doy forma a mi presencia.
Te abrazo, sonrío por los años que hemos compartido
y dejo en la distancia un suspiro por aquello que juntos hemos vivido.
Somos amigos. Lo hemos sido siempre. Siempre lo seremos.
Celebrarás un año más de andanzas
y experiencias en este camino que desconocido creemos
y junto al viento que nos abriga en la jornada
o el agua que aminora el cansancio,
junto al cielo que nos guía o la compañía de una luna amada;
más allá están mis manos abiertas que se extienden entre la arena,
frente a ti ha estado, sigue mi voz entre la niebla: febril, serena.

Seguirán con las estrellas de este viernes un ciclo más que la vida nos ofrece
y que finaliza para ti con el próximo amanecer.
Un ciclo nuevo que inicia, uno que crece,
uno que empieza a crecer.
Hoy es ocho, mañana es nueve.
Entrarán las luces por mi ventana
y sabré que son las mismas que se filtran por la tuya.
Ellas despertarán tus ojos y los míos,
despertarán tu vida más allá del sueño
y celebrarán contigo y conmigo que cumples años
y que los festejas ahí, en tu cuarto, junto a mí, a mi lado.'

¿Y entonces?
No jodás. Casate conmigo.

En sobras



Who can this night save me from all what I see inside?
From what I can create, who can provide me shelter?
There’s someone who’s not me but me and who I can’t hide.
Hidden from the light it was and now I can read it as a letter.
No symbols written or any code has been on its paper applied.
I read with him and we knew each other while reading together.
Vanishing all that is myself so do my hands while getting tied.
There is just no more me (or one me and I) who is him forever.
I've tried.
I've died.
For the better.

¡Miércoles!



En mí alumbra la sombra de un engaño.
La sombra de ya jamás una mentira.
Dejando las tristes sombras de la ira
en el reflejo de quien es un extraño.

Tantos sueños que prometiste antaño.
Dijiste ‘un paraíso que suspira
músicas suaves al son de tu lira.
Tierra sin armas, heridos ni daño’.

Fue sino dejar en mí fluir tu río
para que zarpando apenas el barco,
la pura agua fuera moco de crío.

¿Me dices ahora que fue por parco
que me metiste en tu intangible trío,
un agua sucia de tu sucio charco?

No sé si quererte es ya suficiente,
no sé si perdonarte acaso basta,
no sé si te mantienes cineasta,
o si es todo esto fatal ingrediente

del veneno mortal de la serpiente
que atesoran todos los de tu casta,
esperando embadurnarlo en una asta
y clavarla un día así suavemente.

¿Acaso me miras y te arrepientes
o es todo esto un actor y su charada
y soy yo un ingenuo cliente sin dientes?

¿Acaso te sufro a ti a cucharadas
y tú por mí quizás ya nada sientes
ni es finalmente tu hogar mi morada?

Era sólo un vino.



'La fiesta que si no es de madrugada no fue de noche.
Que sin trago que encienda, no hay en el cielo un coche.
Que hace del vómito en la mesa el dorado broche.
Ay quejarse siempre.
Ay siempre quejarse.
Y aparentar que un día estamos contentos.
Y decir sin embargo que de la desgracia nadie está exento.
Que mierda es todo. Y hasta la mierda es un invento.
Ay quejarse siempre.
Ay siempre quejarse.
¿Qué me queda? La distancia.
¿Qué dejo? La vagancia.
La ignorancia y la arrogancia y la abundancia de todo y que nada funcione de verdad sino todo a medias en esta tragedia barata de enciclopedia de bus y un cantante de Jesús y como para que rime, de ese, humm 'virús' y que canto y que lloro de tanto en tanto a ese voltea'o santo en medio del llanto y el quebranto de mis sombras y la noche fría sin manto y ¡el camposanto!'

'Ya pues, matate pedazo de idiota. ¿Qué es lo que hablás? No pues, ahora de payaso a poeta. Ve, no me jodás, pasate otro guaro que estoy que me bailo. Mejor dicho, ponete alguna de esas que sonaban en los colectivos cuando llegamos a Bogotá. De las de 'viejitas pero sabrosas'. Una salsita que va o un merengue de esos de 'cachete con cachete, pechito con pechito'. Hoy amanecí o, bueno, se nos hizo la noche con ganas del pasito tuntún y de beber hasta que el ombligo se pase para el otro lado y dejar la güevonada de estar tratando de arreglar este mundo de mierda que mejor se arregla bailándolo, o se desarregla emborrachándolo. Se me quedó esa frase vieja de que 'el trago no te da la respuesta sino que te hace olvidar la pregunta'. Y ya estoy mama'o de hacerme preguntas pendejas y tener que madrugar todas las mañanas con la puta preocupación que quizás sea la última levantada y que debo salir a meterme en ese tráfico de sardinas empacadas, de canguro con trillizos a respirar a medias y cansarme subiendo porque no hago un culo de ejercicio y duermo y hago pereza y como mal y fumo. No, es que hay algo equivocado con vivir, ¿no te parece? Upa, no. Dije que no más preguntas culas. Mejor dicho, caminá hacemos lo de 'a la derecha, a la izquierda' mientras me contás qué pasó con es nena que se fue a los Niuyores, ¿o era a los Mayamis?, no sé, esa vieja con la que te metiste y que era casada pero putamente infelizmente casada con ese man, que bien feo si era, pero ya, es que cuando se tiene plata, la belleza se diluye, ¿no? Como ahora que te veo a vos hasta chusco. ¿Por qué era lo de grillero? Ya ni me acuerdo de eso. Esa vaina no tenía sentido. ¿No? ¿Y es que acaso con ella no te manoseabas en el carro mientras la llevabas a verse con el ahora marido entonces prometido? Ay qué ver cuan imbécil se puede ser. Y no él. Sino vos que te metiste en un paseo tan jodido para que luego te dejaran montado en la burra sin más y ella se fuera en plan chévere a viajar el mundo y vos acá chillándola y yo mamándome tu quejadera. Cambiá eso que suena mal. ¿Eso no era antes una balada de las de pop? Qué manía tan desesperante que le cambien el ritmo a las vainas. Si era para llorarla, ¿cómo puede ser que ahora sea para zandunguearla? ¿Para sacarle brillo a la ebilla? ¿Hebilla es con hache? ¿Para azotar baldosa? ¿De dónde se crean esas frases que todos repetimos constantemente? Me pasa ahora cuando voy a comprar comida que escucho a los del colegio de aquí a la vuelta hablar y ¡no entiendo! Maldita sea, antes no entendía a los viejos con lo que me parecían palabras rebuscadas y ahora no entiendo a los pela'os de 15 con palabras que parecen sacadas del culo. ¿Es que se trata todo de eso? ¿De no entender? ¿De permanecer confundidos? Como medio ebrios creyéndonos felices porque se nos antoja que es mejor o porque ya nos aburre la quejadera a toda hora del que amanece con nosotros y se acuesta con otro. Ay no sé. Hasta los desesperanzados me parecen salidos de un rialiti de la televisión y los optimistas de algún culto de los que tienen avisos pegados en los postes de la luz eléctrica. Pillá todo lo que podemos hacer mientras bailamos. ¿Bailamos? Ah este hp se durmió.'

Tangente.


Al mismo tiempo y en el mismo lugar. La ubicuidad. El pertenecer. El desaparecer. En un mundo que creemos determinista, en donde no dudamos que el tiempo es apenas una línea en donde lo que viene ha sido predispuesto por lo que ya pasó, en ese entorno en el que armamos reglas y reglamentos, políticas y estrategias, cuadros de entradas y salidas, indicadores de impacto y herramientas de monitoreo, evaluación y análisis, en esa misma casa en donde nos miramos frente al espejo olvidando que ese ahí no soy yo sino una representación de mí y que yo soy una representación de mí mismo, de la forma en que he configurado la participación en mi realidad y en las realidades en las que participo cuando de mí se habla o, mejor, cuando soy el percibido. No puedo sino escuchar mis pensamientos y no sé si los demás escuchan los suyos (quizás algunos los míos) y ¿en qué tono? ¿en qué idioma? ¿cómo bailan tus palabras, de qué forma pronuncias las frases y argumentas tus miedos cuando te hablas? El universo está en soledad perpetua minutos antes de tú dormir. ¿Un cuerpo abrazado a ti? Abrazas un cuerpo en donde la dureza de la piel es apenas una imagen fugaz de algo que no está. No puedo no estar aislado y huir de mi existencia y al mismo tiempo existir. Soy vacío de materia, soy una energía condensada que se deshace entrópicamente degradada en una ciudad que identifico propia y de la que casi todo desconozco. A nadie conozco. A unos cuantos. Es inexorable el paso de este río. Se evaporarán las estrellas y consigo un Todo de formas definidas. Me evaporo y me miro y me miro y no puedo aceptar que deba lo inevitable ser aceptado. No puedo tomar como propio lo que no puedo negar como extraño. No es la infelicidad, es la extraña certeza de tener esa certeza. Y la incertidumbre. Y el miedo. Los códigos y todas las metáforas. Tus analogías de señora vieja, de hombre que camina, de niño que juega, de mamá, de papá, de hermano, sobrina, cuñada, amigo, vecina, extraños seres fuera de este cuarto y más allá de los límites ciertos y hasta de los inciertos. Tus fantasmas y representaciones de creer que puedes opinar y tener razón. Que vale y es necesario aveces escucharte, quizás amarte. Yo invalido toda existencia y le echo el lodo de la condena de hielo a toda presencia. Nada me saca de mí: ni siquiera la ausencia. ¿Paciencia? No. El futuro es uno y es un no futuro.

De tu música


Y dejar así que las notas suban y bajen y tracen los senos con todas su curvas distantes de radio viajando por el espacio y todos los valles verdes y cadenas de montañas cubiertas de nieve y vida en la sombra de un planeta lejano allá en donde rojos son los caminantes que esperan ser filmados para las sombras de la posteridad humana perdidos en el miserio infinito del barrio inmenso que se avecina lleno de galaxias y nebulosas y perfumes y un cuello redondo que baja por tu cuerpo y por cada racimo que de ti pende en la llamada de una lengua sedienta o de un cascada tibia en la que puedan sumergirse y enumerarse todas las fotos de piscina de una mañana de domingo de una niñez ya perdida y sumida en una vejez de retratos fortuitos de gente ya olvidada de puertas y decoraciones y mesas de centro.

Dejar así que sea la música que escupen las ranas y que soplan las tubas por los túneles de gusanos de seda confeccionando vestidos eternos de redes y torturas e historias de guerras y espadas y una ánfora de agua contenida en la mitología cayendo en la cabeza del dios del futuro y dando en el golpe de un gople el pie al sonido que empujará a la muerte a todas las miradas de noche y nostalgias de todos aquellos que un día se perdieron en su propias ropas y se encontraron así sin más como escrito en la sangre que de todo nada quedará y que sólo hay esa mirada tierna de alguien a quien llamaron 'tú' y que tiene en infinitivo cuando no ve y que sólo hace el presagio funesto de un vacío lleno de preguntas vibrando en el silencio y purismo del secreto infinito que callan todas las bocas y que no saben lo que callan y que soplando abren el camino paralelo a un Todo de corpúsculos y átomos arreglados en fórmulas distintas y leyes de vida que conformen un 'yo' que no exista o un 'tú' que ya existió.

Porque existes. Si existo yo.

Y nada debe tener sentido en estas letras. Excepto tú.

Me cargo confuso. Excepto tú.

El verbo caos


Y vio cuanto porno pudo. Drogado, borracho, en las mañanas pero sobretodo en las noches facilitando el proceso (by) al traer el pael higiénico, todo él, el rollo completo al lado de la mesita de noche con retazos previamente cortados optimizados con el uso y la experiencia a la cantidad precisa y necesaria. Particularmente le gustaban los videos muy ficticios en donde eran marcianos o marcianas o híbridos y abducciones azarosas con una nueva modalidad de placer y dolor, o dioses del Olimpo y Asgard y Baal o el que cayera, o zombies. Éstas últimas eran claramente sus favoritas: las de zombies y su movimiento lento pero constante, su persistencia sin sentido, su afán parsimonioso de movimiento sin razón y sin objetivo. Las había visto todas y se dijo, ¿por qué no mezclar esas dos pasiones? Ahora con la moda de los mash-up en los que suena la voz de la una con el piano del otro, ¿por qué no el gemido del uno con la sangre sin vida del otro? Sonaba apenas natural. Así, se dedicó horas eternas, suspendido en escenas y posiciones casi imposibles, en eventos virtuales orgiásticos entre tantas y tantos al mismo tiempo, en cámaras baratas y grandes producciones. Hubo una en 3D, sólo que la falta de gafas y el portátil barato, no dejaron entrever más profundidad que la ya muy evidente propia del sudor y que era como del -o del algún otro- mundo. Como de esa tierra caliente de cristales de donde viene Súperman o Linterna Verde mientras se dan un vueltón jugando Escondite Inglés con la Mujer Maravilla o hasta entre ellos con besos franceses y chupadas en donde el sol no quema. Amontonando días de video descargado de la red, memorias de las chiquitas con megas y megas de piernas y culos, revistas, cuentos que ni el trópico de un cangrejo ni Saló en el salón, se le ocurrió que era momento de coser. De hilar alas de mariposa en alambres de ganchos de ropa uno tras otro como esqueleto de la cometa y cubierto en colchas de retazos con las fotos y revistas y portadas e imágenes impresas de todos los videos vistos. Quería desnudar todas esas pieles en los cielos y nubes grises y días soleados. Con la paciencia y frustración de quien se enseña lo que hace y califica lo que se enseña, destinó más días para configurar el objeto volador que los se gastó grabando sus propios gritos con el celular en cada escrutinio pornográfico. 'El objeto volador'. Esas palabras se le deslizaban de la boca cada tanto sin darse cuenta con el mismo reflejo innato que lo hacen los ojos al cerrarse o los dedos al moverse mientras se habla. 'El objeto volador'. O el que él llamaba volador, realmente no sabía si funcionaría para volar, qué volaría o si lo pondría a volar siquiera. Lo importante era acercar la adicción a la herramienta ésta para la cual la presión inferior sería al final más grande que la contraria soplándola arriba, derecha, arriba, izquierda, al horizonte estelar sin direcciones ni cartesianos. Tras los dedos con ampollas, las lágrimas de tanto enfocar, el alambre enterrado en las palmas, el hilo que le cortaba las encías (no tenía tijeras efectivas), tras casi morirse de tanto pujar con la cabeza las ideas, un buen día de Julio al finalizar la mañana, acabó el transformer. Se vio en una epifanía vestido con él, ya no para el perro ni para el vigilante ni doña Margarita la de la tienda, ni para nadie más sino para él. Decidido se metió en medio ubicando los brazos en las dos primeras alas de la mariposa multicolor agitado en un acceso de tos por lo que ya veía venir. Se dirigió tambaleando en dirección del balcón del piso 15 del edificio 4 del conjunto B, su apartamento, su cárcel de llave en billetera y empezó a agitarse, primero despacio para entender el mecansimo en que el viento, como fluido turbulento, se deslizaba entre las formas y los materiales y su fricción y su temperatura. Fue aumentando la fuerza cambiando conforme lo hacía el véctor celeste. Las dos alas iban moviéndose empujando, por un mecanismo de poleas y piñones, las otras 4 que hacían a la capa invisible romper el hechizo gravitacional despegando sus pies descalzos de las baldosas. Suspiró pensando en Dédalo e Ícaro, suspiró pensando en las estrellas del porno que se habían sacrificado ingnorantes por él, por los zombies y los virus, por la epidemiología y esos humanos de bocas hambrientas que habían mordido alguna vez sus nalgas, pero sobretodo suspiró -gritando seguido- por Poincaré, se dijo que era momento de él empujar desde sus entrañas la tormenta que estallaría en Japón o en las Filipinas, que era momento de ser él el dueño de la llama inicial del orden y los patrones, de las formas inusitadas de las bandadas de pájaros y de los videos retroalimentados, del caos acumulado en lo improbable, en las variables definidas y pintadas de resultado impredescible. Empujaría su ser tangible la última revolución sexual. Sólo necesitaba todo el tiempo del mundo, o al menos el tiempo suficiente para poder reducir a apenas un cubo pequeñito de realidad somática, el evento casi imposible. Supiraba rogando pues con la verdad entrópica tatuada en las pupilas se decía en susurros que: 'de ese tiempo me resta apenas una vida mía por vivir'.

La barcaza y la Colombia de a 20



Tu sangre es hoy toda la roja sangre viva del ancestro africano.
Hija en todos los tiempos del tambor, la flauta, la noche y el desierto,
del ardiente trópico húmedo como de su primer verdoso grano.
Llevada con hierro forjado fue tu historia a la mar y a todo puerto,
embarcada así por oro y fuerza en la caravana de la colonia.
Lo supiste como lo sabes. Con los españoles se fue encubierto
el desfile austero y fatal de quien llora toda última ceremonia.

¿Qué sientes tú que fuiste y eres en el amasijo de esta amalgama?
¿Hay para todos un mismo cobertizo con una misma coraza?
El fuego del pasado arde contigo y conmigo está tu ardiente llama.

Ah mi Nueva Granada que aquél día te vio llegar así desnudo
a sacar de los campos y de la tierra la azúcar que no era tuya,
a querer hacer de tus signos y tu madre lengua apenas un nudo,
forzándote con puño y cadenas a entonar el primer aleluya.
¡Fuiste pies y planta del ritmo de todo aquello que me soy y canto!
En las alturas con tus alpargatas de algodón, de fique y cabuya
lavaste el tosco ladrillo, la dura piedra y untaste el calicanto.

¿Qué sientes tú que fuiste y eres en el amasijo de esta amalgama?
¿Hay para todos un mismo cobertizo con una misma coraza?
El fuego del pasado arde contigo y conmigo está tu ardiente llama.

Soportaste como esclavo creando de la desdicha un cimarrón,
orgullo del viejo Espartaco que no vio los cimientos del palenque.
Pusiste ahí con la cumbia y con la marimba en tu cabeza un jarrón
y que ahogaba en lo más hondo la falta de ritmo del criollo enclenque.
No llegó a las Américas con la espada y ocaso de Napoleón
mas que otra palpable forma evidente del miedo ciego y su rebenque,
mas que otra forma de engullirte vivo en el invisible Panteón.

¿Qué sientes tú que fuiste y eres en el amasijo de esta amalgama?
¿Hay para todos un mismo cobertizo con una misma coraza?
El fuego del pasado arde contigo y conmigo está tu ardiente llama.

Estabas entonces en un conflicto esencial con todo dueño blanco,
estabas entonces del lado callado de todo cuerpo oprimido.
Mientras Haití en el norte se bebía su libertad en el barranco,
tú creabas mágicos códigos secretos con llamas y silbidos.
Entretanto se escribió en el diecinueve la aparente Independencia
que al final no te trajo sino un apaciguamiento ya conocido
y quizás también el sueño de que Yanga compartiera su cadencia.

¿Qué sientes tú que fuiste y eres en el amasijo de esta amalgama?
¿Hay para todos un mismo cobertizo con una misma coraza?
El fuego del pasado arde contigo y conmigo está tu ardiente llama.

Ese mismo siglo vio nacer empapada la palabra mestizo,
contenedor de todas las aguas históricas en la misma taza.
Ese mismo siglo vio a Martí hallar en las pieles espejo postizo
al escribir que “no hay ningún odio de razas porque aquí no hay razas”.
La Gran Norma de Núñez se abrió camino con la rojiza alborada
y que no desató al ciudadano ni te aflojó mucho las tenazas,
empezando nuevamente el estribillo de la añosa mascarada.

¿Qué sientes tú que fuiste y eres en el amasijo de esta amalgama?
¿Hay para todos un mismo cobertizo con una misma coraza?
El fuego del pasado arde contigo y conmigo está tu ardiente llama.

Los Mil Días con su Guerra expulsaron a tu cuerpo de los terrajes
levantando en el Cauca la resistencia de Cinecio, El Empautado,
para encaminar con Córdoba el Chocó al estrado de corbata y traje.
En la perdida aldea se alzaban en lucha los tuyos enlutados;
por todas las promesas de cal y arena y todas las nubes errantes.
Llega con la reciente norma de normas un nuevo juego de dados
que se ha mostrado hasta este sol andino cojo, sordo e inoperante.

¿Qué sientes tú que fuiste y eres en el amasijo de esta amalgama?
¿Hay para todos un mismo cobertizo con una misma coraza?
El fuego del pasado arde contigo y conmigo está tu ardiente llama.

Recuerda señor mío hoy el horizonte y tú el mañana bella dama.
Que la ventisca seca la lágrima turbia y afloja la mordaza,
filtrando luz de esperanza, aclarando el más venturoso panorama.
Navegarás de vuelta hacia tus sueños nostálgicos en la barcaza.
¿Qué sientes tú que fuiste y eres en el amasijo de esta amalgama?
¿Hay para todos un mismo cobertizo con una misma coraza?
El fuego del pasado arde contigo y conmigo está tu ardiente llama.

Un plan



"No solo importa cuan efectivo es el resultado sino el conocimiento sistemático de cómo está hecho" se repetía a sí mismo.

'El punto finalmente es que todo experimento valioso pueda ser replicado en multitud de ocasiones y oportunidades guardando el contexto de cómo se hizo y para qué y que la comunidad científica -y hasta la no científica- pueda modelarlo nuevamente y para siempre hasta el final de los tiempos. Que ese mismo resultado les permita a varios hacer esas caras de ajá, sí, claro, mano que estrecha otra mano de satisfacción y hasta orgullo porque sí, en efecto, la cosa funcionó, y abrazos de fraternidad intelectual porque sí, no cabe duda, la joda esta da si se le mira por abajo y por debajo, por arriba, de medio lado, en diagonal, con pendiente de 45. ¡Funciona! Le funcionó a un sinfín de los muy-muy, estrellas faranduleras de la ciencia y la matemática, aunque, bueno, la matemática es otro parche, de verdad es que es otro maní, mejor dicho, es otro cantar porque ahí no se trata de amontonar datos y datos ni hecharle número a bases de información puesta gota a gota en espera de que la conclusión estadística sea la esperada, al contrario, el 'cuy' del trabajo es montar teoremas en caballo y que se demuestren infaliblemente. Pregúntenle al Fermat que le jodió la vida por décadas a una fila de güevas hasta que pin, salió el que con papel y lapiz, como todos, encontré el arito rojo. Chistoso, por ejemplo, andar  con lanza mental y con ojímetro a la caza de esos neutrinos de mierda que como divas sólo sacan un dedo de cuando en cuando -una única vez cada miles de años- entre cúmulos enormes de hielo en donde fácilmente podrían caber todas las ballenas azules del mundo. Pufff el suicidio, la inutilidad y la paciencia infinita de sentarse a ver el pasto crecer, y digamos, verlo crecer en cámara lenta. Pero como hay gente pa'to'o pues yo también'. 

En esas, con las manos aún rodeando el cuello ya rojizo por el estrangulamiento en esta noche de jueves y grillos, en la soledad varias horas río arriba de un terreno inmenso como Alemania cubierto de árboles y matas y maleza, habitado por no más de un centenar de personas de otra lengua y otro origen, se dio cuenta, como en un chispazo de Eureka con bola de fuego 1604, que su plan minucioso en este caso en particular tenía un pequeñísimo incoveniente: el resultado no podría ser practicado nuevamente, no habría nunca una oportunidad más de poder analizar el objeto de su interés ni de seguirle sus pasos. Nunca en lo sucesivo habría cómo nuevamente medirle cada uno de sus encuentros y formas, cada una de sus expresiones. Su voz, sus maneras, las redes de su aleatoriedad. Descubrió en la fiebre y en el mar de su pesadilla de carne y hueso que esa apretujada carne sólo pertenecía a ese hueso roto y que sólo se podía, como aún sólo se puede, 'perseguir, diagramar y matar un cuerpo amado una única vez'.  

Siguiente.


Y es que no va a ver un sitio disponible para él sino el sitio ocupado que nunca va a ocupar. Se quedará observando todo ese círculo cerrado al que no va a pertenecer. Rosca y anillo de alianza, club secreto que ignorará para siempre. Rasgando la puerta de entrada. Intentando mirar por entre las rendijas y los matorrales. Perdido en un cúmulo de frases y códigos ininteligibles. Armado de diccionarios en línea, en físico, en rombos verdes y azules. No le queda de otra que aceptar que ya no está. Que acaso si estuvo, es hora de dar la media vuelta y retornar a ese campo de luces en donde pelean caballeros dorados y las armaduras se enlazan en un sueño de comedia y de divinidad. Le queda por destino un aro de arena ardiente que tiene su nombre solo para él, para gente como él, para quienes ya fueron tasados tal cual como él. Habrá de sumergir sus penas y dolores y lamentarse hasta que el Todo supremo de burbujas universales se encoja entre un Kelvin infinito y se expanda con el frío absoluto separando átomos y corpúsculos. Sin más, la silla vacía de él siempre ocupada de ti.

Famosos hocicos


No, hombre, no. No te podés sólo quedar viendo por la ventana esperando que alguien venga y te salude. Menos si te escondés detrás de la cortina y apenas dejás ver un ojito café, de noche y cuando llueve. Está bien, ya estoy exagerando. Pero apuesto este hueso carnudo mío a que tan lejos de lo que te pasa no estoy. La verdad es que entiendo que sos tímido y que te afana que te hablen y no tener qué decir pero no cabe duda que más allá de esa sala debe estar quién quiera acompañarte a dar un paseo saltando líneas en los andenes del cemento. Un personaje por ahí de esos que lanzan cosas y te conversan como si te importara el tema o como si acaso pudieras entenderlo. ¿No te han dicho alguna vez bebé? ¿Niño? Claramente ninguna de las dos. A mí, debo decir, me molesta que me confundan o me quieran hacer parecer uno de ellos. No es cierto. Nosotros somos lo que somos. ¿Qué se creen tan interesantes como para quitarnos nuestra descripción milenaria para adaptarnos a la de ellos? Me pido 'no'. Voy por el 'gracias pero no, gracias'.  Pero bueno, me fui por entre las ramas. Hablábamos de tu dizque tristeza. Ok, ok. Hablamos. En presente y aún no en pretérito. Pues bien, la verdad es que yo pasé por cosas similares cuando descubrí que además de patio existía en ante-jardín lleno de flores y un camino cual atajo a la calle cuarta en dirección al centro de la ciudad. Deberías ver esos museos casi llegando al Morro. Llenos de árboles para recostarse y darles vuelta y dejarles una marca. Uno piensa, ¿de tanto territorio marcado, aún queda territorio por marcar? Yo creo que sí. Yo creo que en ese entrecruzamiento de amoníaco queda visto que hasta para nosotros la globalización es un hecho. Pero vos, que te la mantenés de la cocina al patio, del cuarto y la cama al baño y el sanitario, vos que no hacés sino jugar a onomatopeyas humanas debajo de las sábanas, vos que sólo se te ocurre aparecerte cuando te dan pan y te lanzan un pedazo de carne como a una foca. ¿Es que te creés una foca? Habrese visto tal absurdo. Vos que no  hacés sino mirar poniendo tus dos patas en ese vidrio esperando un no sé qué para no sé quién y nunca sabemos cuándo, vos, este vos al que veo oler la rendija inferior de la puerta para sentir el día y sus vientos, que no te has pillado que las redes sociales nos pertenecen a nosotros también, mejor dicho, ¿ vos me venís a decir a mí que lo único que te enseñaron para manifestar inconformidad y pereza y modorra y furia fue a ladrar?

El Acomodador y la Nueva


"Pues no, no compro ningún producto de Apple porque no me da la gana. Porque me pasé a la contrareforma como si estuviera yo jodiéndole la vida al ahora, al actual Lutero. Me armo de ganas y del ejército de mi propia voluntad y mis ganas de hacer berrinche y quedarme quieto como un burro que pone su rabo para no levantarlo jamás nunca. Nada. Ni Microsoft ni cafecito de Starbucks. Mucho menos una de esas hamburguesas McDonalds que van en contra de la entropía como si así de chistoso pudiese uno ir por la vida negando la termodinámica. Tampoco aguanto hambre y me endeudo hasta quedar sin un culo de plata mirando por la ventana como un perro porque no tengo pa' gastar, para comprarme un pedazo de trapo y bolsa que dejará de ser interesante en unos, digamos, dos meses. ¡Dos meses! No. No quiero pertenecer a esas sectas modernas disfrazadas de tecnología donde la gente celebra que se abra una tienda nueva y duerme en las puertas como un mendigo para pagar quién sabe cuánta plata y que hace filas por horas y horas para ponerle pasta metálica a una adicción que más parece un T.O.C. y un BANG en la sociedad. No me vengan con cuenticos de dizque innovación ni pantalones desgastados, envejecidos porque sí, ni comidas que saben diferente porque son de tal o cual marca y son súper buenas, más allá de lo mejor, lo último de lo último, lo más de lo más; y no porque sepan diferente sino porque, mezclados con esa acosadera y ese bombardeo constante de imágenes, cual día D, nos hacen creer que son diferentes y buenos y que hay que tener varios en la alacena a la espera que se venzan porque se nos vencen. ¡Y nos lo creemos! Me molesta esa visión casi religiosa y familiar de Coca Cola y Nike y quién sabe cuánta maricadita más por ahí metiéndose en los portaretratos como si fuera la mamá de alguien o el hijo de alguien o algo importante y no un líquido negro con mucha azúcar y que sirve para soltar las tuercas oxidadas del carro de mi papá. ¿En qué momento se dio que nuestro cerebro se alumbra con las revistas en las mismas partes que se alumbran con los rostros de nuestras mamás, con la intagibilidad de la fe? ¿Por qué este afán de compartir todo con todos a toda hora?"

Luego de tan larga perorata que se decía a sí mismo mientras acomodaba uno de los detergentes para ropa de color en el pasillo tres de la sección de aseo, se decidió a continuar con las cajas de cereal. Era un día feriado en el que tuvo que reemplazar a la Nueva. La tonta hermosa que, por más hermosa y nada tonta, seguro estaba durmiendo justo en ese momento con un alguien que él quisiera ser. Se decidió a hacerlo en espera de que su sacrificio al menos le diera la oportunidad de decirle a ella: "de nada, cuando quieras".  De mirarla a los ojos. De permitirle gastar en ella por lo menos la mitad del salario mínimo que recibía mensualmente y que no le alcanzaba ni para olerlo. Eran ya las cinco de la tarde. Sentado en un banquito diminuto para su gordura, miró por una de las ventanas enormes del súper mercado hacia la calle 53: el cielo estaba gris y las calles, o esa calle, estaba solitaria. El cemento estaba quieto y no temblaba siquiera por la proximidad de un bus articulado. Empezaba a llover. De sus ojos, que le picaban por el polvo de los cartones, se deshidrataba un mundo solitario. Se evaporaba de arriba hacia abajo una laguna azul en la que flotaba un futuro ahogado.

La última


¿Por qué gritas? De hecho, ¿por qué no lo hago yo? Sólo veo arrancándote, desgarrando cada palmo de tu miedo, de ver ese cuerpecito ahí, sentado, que pudo suspirar una última vez. No hay nada más que quieras proteger, sólo tu propio ser que protege esas manitos que ahí adentro juegan a modular nuevas palabras. Quizás ignorando el cataclismo que pudo ser. Hay mucho más que hubiese podido ser. Una realidad fantasma en la que se acumulan todos esos teatros invisibles. Tus lágrimas son el grito del cemento. Las cuerdas tensas de tu garganta. Mi mutismo.

Cuántas


Y yo te puedo imaginar a ti leyéndome a mí y acordándote tú de ti. Y yo te leeré y me verás leyéndote y me veras viéndome a mí: recordándome en las letras que un día tú escribiste. ¿Te animas a vivir en un mundo de espejos? Contigo preferiré ver el reflejo de aquello que imaginas cuando ves el mío. Veo aquello que proyectas y ahora quiero ver la proyección de eso que reflejan las ondas que tu todo rechaza. Quiero perderte en el reflejo infinito de una habitación tapizada de cristales lisos. No te pares enfrente. Déjame observarte con la espalda. Con los ojos confusos de tanto verte en todas partes. Ni tampoco apagues la luz que ilumina esta cueva hija del cuarzo. Intentaré no dormir. Y aun si me vence el cansancio y la sangre del cuerpo, aun si la fuerza del piso me empuja sobre su regazo, soñaré que te puedo imaginar a ti leyéndome a mí y tú me soñarás acordándote tú de ti y de mí soñándote en esta intersección de burbujas flotantes.

Aislar


Me privaste de sensaciones.
De una luz que quemara mi rostro.
De un sonido que invadiera el aire que respiro.
De un espacio finito que pudiesa palpar.
Me dejaste en un cuarto cuyas paredes son mi propia piel.
En donde estoy conmigo y a nadie puedo hablar.
Me desaparezco sin saber si sigo vivo.

¿Cómo doy cuenta de mi existencia?
¿Qué podría indicar el punto de mi yo en un aquí y en un ahora?

El encierro y el olvido.
Una noche infinita sin estrellas en el infinito temporal es ahora mi universo.
Pequeña área sin registro que navega inúltimente mi conciencia
intentando dar un mapa físico a esta cama en la que me recuesto.
A este piso y esto que parece una puerta sellada.
Siento que me encuentro entre la intersección de vivir y de estar ya muerto.
Y retorno a mi memoria y alguno de mis sueños
buscando el reto del oasis inasible
que aparece en este desierto de penumbra absoluta y silencios.
Me atacan mis nostalgias.

Suena un piano y una flauta.
Las orquestas todas retumban dentro de mi cabeza
acosándome por renacer más allá de mi cuerpo.
Un pitido constante,
ruido acumulado de todo aquello que pudo sonar en mi pasado.
Me acosa y me persigue y no puedo sino golpearme
contra las paredes rogando por orden sonoro o de nuevo filoso mutismo.
Mi mente busca manifestar a sí misma el mundo.
Crear un saco de señales en el cual pueda introducirme y asfixiarme.
Y se detiene y vuelve. Me despierta cuando estoy despierto.
No sé cuánto tiempo ha pasado ni cuanto habrá de pasar.

Ahora puedo ver luces en esta ceguera inducida.

En segunda persona.


Aquello que soy yo cuando me puedo ver a mí mismo.
Ahí en dónde está mi yo cuando soy los ojos de un ser que mira mi cuerpo.
Separado de mi carne, juzgo el acero filoso sobre mis venas en un brazo que no me pertenece.
Ausente de esta escenografía en la que he estado siempre inmerso.
Acaricio a dos palmas mi espalda.
Pues es este yo el que toca mi piel y esta piel ajena que toco.
Me he puesto otros ojos y otro espejo.
Y con ellos un yo que elude los sonidos y las carnes que sostengo.
He visto cómo ver en otro rostro
y me he visto sentir en otras manos.
Toqué mi labios con otros labios
y me sentí besado por mí.
Converge en cada yo dos mundos
que se diluyen en un sistema.
En una estructura de sensaciones
a las que yo llamo yo.
Hubo un instante
en el que el reflejo de mí mismo
era alguien más.
Y la conciencia de mí ser no existía.
Hay un ahora que cree decidir el disparo
cuando eso otro que también me abarca
ya ha optado por disparar y a qué
y el porqué.
Eras tú quien poseía en ese entonces.
Eras tú quien sostenía el arma.
¿Fueron justo ahora tus labios?

96


Hay dolores que me humanizan.
Soy este murmullo que grita.
Este río que se apaga.
La sangre que fluye de la herida.
La cabeza rota y la fruta amarga
Hay dolores ajenos que me pisan.
Mientras tanto,
me callo atrapándome en una sonrisa.
Todas las noches mientras dormir intento
aparece la penumbra afilada
y me escondo bajo el peso de la piel
y el párpado.
Y ahí te escucho, que llegas y arrancas mis nervios.
Y los estiras.
Porque no me queda sino este adentro
en donde el cuchillo y el diente habitan.
Hay dolores.

Memoria sistemática.



¿Cuánto es una vida? Todo el tiempo que siento que pasa en mis días y miro hacia atrás y pienso, ¡ya diez años desde que empecé aquello! ¡Ya veinte desde que terminé con ello! ¡Ya casi treinta desde empezar a empezar! Mi sensación de los días que se van es de mucho haber vivivo, de mucho recordar, de mucho querer escribir y planear y dormir y comer y compartir. Cuántos 'y' podría acumular. ¿Qué es una vida? Una esperanza de vida, que en el mejor de los casos, no supera los ochenta y cinco, algunos cien y otros, no sé, ¿130? Y sin embargo, llevamos milenios, treinta milenios amontonados en huesos y herramientas por ahí enterrados en cuevas y desiertos antes mares y valles antes lagos y edificios imperiales antes montículos, memorias que se guardan como cuentas de ahorro en el banco del tiempo. Pienso en todo lo que ellos una vez pensaron mientras ponían sus manos en rocas y acantilados con un propósito que no sólo nos resta imaginar y suponer. Pretendiendo sistematizar ese silencio que nos llega palpable. Hace tanto...hace apenas un suspiro de una estrella. Cuando llegaron y se decidieron a por las playas del mundo y las cordilleras y las nieves perpetuas, las bacterias ya tenían casa y esposa y finca y veían en estos humanos erguidos una novedad, una irrupción al día corriente de lo que siempre había sido. Esos que se decidieron un día por carne y puntas de lanza, corriendo por ahí con planes y miedos pensando que quizás esos cuerpecitos que en el océano infinito y sin nombre tambaleaban miles, bien podían ser cazados, mordidos y mirar a ver qué pasaba. La escritura, que tanto la defendemos, llegaría mucho pero mucho después y sólo para hacernos no más humanos sino más sociedad. El lenguaje que se formó como conclusión fortuita de estar juntos para no estar separados como osos polares y demorarnos en comer y sobrevivir y reproducir. El amor, con toda su música y arte y pintura y poesía detrás, apenas un mecanismo para asegurar la colaboración y la manutención. Mi vida, que arrastra apenas un pedazo de todo lo que podría recordar, me parece larga y más larga me parecerá mientras continúe hacia adelante caminando el río ese de Heráclito, que no me queda de otra, y me pregunto si la sensación de mucho llega a un límite en donde dos veces mucho es simplemente mucho. No importan los superlativos o los eufemismos a los que acudamos sino esa percepción interna de todo lo bailado. De cuando ya no podemos contar el número de palabras que le dijimos, ni las lágrimas que le lloramos. Ni siquiera los días, con sus horas y sus minutos, apenas si los años. La vida no es corta, preguntésmole por si las moscas a la mosca, sino que de repente se corta. Se va así nada más al archivo y compendio histórico del horizonte que nos registra y se registra a sí mismo. Antes de tanta cosa, estaba un olvido o mejor, un recuerdo que no sé recordaba a sí mismo.

Durmiente.


Tengo otra vez miedo de mis sueños.
De esos rostros que veré. De esos espacios sin sonido y paredes huecas y corredores sin fin. De sombras en donde todo es borroso y complementan huecos y pinturas a medio hacer. Superpuestas siguen las sensaciones en mi piel. Allá aún te siento.
Anoche me saludaste y es ya tu cuerpo y voz el globo perdido en el horizonte que alumbra con gasolina las estrellas en el fondo. Me hablaste y me dijiste que volviera a las tres. Quizás porque aún creo que tu humanidad existe en este ahora. Quizás porque no hay otra manera de existir sino creyéndote. Y ahí, en ese bar en donde hablamos y en donde no se me explicó cómo debió montarse esa realidad, tus amigos eran otros. Luego fui conciente. Un mundo lúcido se me vino en un chispaso y me dijo que todo esto bien no podría ser y era momento de retirarse sin despedirse. Te quedaste trabajando y yo vi de civil, mientras salía por el ascensor, al vigilante de mi edificio.
Cuánto temo de las imprecisiones. Y ahora es el pánico de dormir el que asfixia.

Quien se preocupa.


Lo miraba entre ojos mientras él hablaba por teléfono con su familia. Se escuchaba de fondo ¡aló! ¡mamá! y sólo podía suspirar apenas entrecortádamente y tomar agua con el dolor en la garganta por ese puño de pensamientos que le aprisionaban las amígdalas y lo dejaban respirando a medias. "Hoy, no sé, hoy otra vez me invade ese miedo por él. Ese susto porque un día tome un taxi y se vaya entre golpes y amenazas a los rincones perdidos de colinas verdes y casas de madera en donde sólo la desolación aguarda y las ganas de gritar agarrándose la cara y llorar la indignación de la desgracia y la pérdida de toda fortuna. ¿Qué es más de temer que evidenciar cuán frágiles somos, cuánto daño nos pueden hacer, cuánto pueden herirnos? Lo escucho de fondo reírse sin saber todo lo que puede pasarle y sin saber que yo no puedo hacer nada ni advertirle ni protergerle. Que su cuerpo es dueño de ese río que lleva a quién sabe dónde y con quién sabe quién. A un desierto infinito en donde el calor deshidrata todos los sueños e inunda de arena todas las fosas nasales. ¿Qué habré de decir si un día pasa todo esto que me aterroriza a la ropa que dejó, al café que quedó sin preparar, a las puertas que no cerró? ¿Qué habré de decir los días en que no pase y en los que yo me ahogo de pánico y certeza?"

Del azar.


La felicidad de ahora se empaña mañana con la filosa hacha de la incertidumbre.
Con el pedregoso camino nublado y perdido que parece de oro o podredumbre.
Empuja empero el miedo al vacío de toda esta desconocida muchedumbre.
Que sin saberlo es presa inevitable del afán del futuro. Inocua servidumbre.
Dejándonos así el cansancio, el hambre y la lejanísima visión de la cumbre.

Es que son todos los destinos hijos expulsados de un padre impreciso y aleatorio.
Pues la tarea es ya vivir y nada saber y nunca adivinar en un mandato obligatorio.
Dormir y despertar en la sensación perpetua de reposar en un reformatorio.
Pidiendo, a quien creemos nos escucha, heridos de rodillas en el reclinatorio.
Todo ondula, es ambulatorio. Sólo resta la única verdad: y es el crematorio.

Cierto es que es esa sola la única llamada de sonido claro y la única final certeza.
Y nos resumiremos un día en la memoria de pocas alegrías y de muchas tristezas.
Quitando de nosotros, con uñas cortas, rostros caídos y resistentes cortezas.
Así pues no hay pobre que a la nada no tema ni sirve ser de púrpura Alteza.
Todo puede cambiar de repente y la zeta no va más aquí y viene la sorpresa.

Es mi amigo invisible: el azar
el que callado todo llega a tazar.

9.


Hoy, en este uno de este dos en el 2012, ha llegado el nueve. 29.
Es ahora la mitad del día y afuera el sol en Bogotá ya alumbra.
No hay lágrima que caiga ni la luz del alma se ha hecho penumbra.
El río es claro y es el tiempo, que corre a toda, un suspiro breve.

Ah veo de reojo un pelo menos en esta cabeza de poco relieve,
una arruga invisible que entre cortinas pronto hará su entrada.
Ahora quieren aflorar barrigas derretidas por tanta cucharada,
porque casi llegan los tiempos de la fiesta corta y el licor leve.

Habrá que correr un poco más. Sudar bajo el cielo mientras llueve.
O quizás entre hierros suspirar y aspirar y hacer de todo un vegetal.
Que ya la sombra de la queja constante y la llamada final y letal,
viene fría y cercana a mi encuentro como una tormenta de nieve.

Pero me queda la alegría y soy feliz en esta barca que me mueve.
He aprendido un poco a mejor caminar liberando algo de la carga.
Y con lo que amo y me ama jamás habrá adelante agua amarga
pues no hay número infeliz ni nada duele en este mi año veintinueve.

Bus 491


Te miró. En esa silla roja cuando apenas te subiste. Estabas tú de pie, él sentado. Pagaste los mil quinientos pesos y te diste la vuelta. Él alcanzó a mirarte de reojo. Quizás el culo. Tú hiciste esa cara que siempre haces de no me di cuenta pero como que sí y buscaste en dónde sentarte pero no era posible. Estaba ese bus mañanero de Sábado empaquetado como un canguro con trillizos en donde apenas si se podía respirar y no había espacio ni para un grano de arroz parado. Aun a pesar de los diez grados afuera, dentro de esa caja de sardinas, el vapor de los cuerpos, el dióxido de carbono expulsado en la respiración agitada de los pasajeros, esos dizque treinta y siete grados acumulados, pegados y manoseados, parecía un horno con pollos dando vueltas. Tú sudabas un poco. Habías salido tarde como para variar y habías tenido que correr las dos últimas cuadras para alcanzar a tomar el número 491 en dirección a la Avenida 68. Él quizás se había subido un poco antes. Había logrado esa silla roja que, entre otras, no te cedió. Tú de pie, incómoda pensando que él podía mirarte cómodo y sentado. ¿Qué te miraba? ¿Qué fue eso que te miró que te ponía nerviosa? Eso considerando que apenas si podías mover la cabeza para buscar la de él e imaginarte con una visión casi ingenieríl sobre la ubicación y dirección de sus ojos. Pero te gustaba, ¿no es cierto? Te gustaba un poco esa morbosidad de transporte público que descubriste diáfana una vez te quitaron con rayos de luz la miopía horrible que te acosaba. Ahora percibías con el ojo biónico del cuello, ¿lo percibiste con el ojo espiritual de tus ganas? Y es que claro, seguían y seguían subiendo personas. Más vacas, ¡más! Parecía un carro de payasos lleno de clase media y trabajadora con educación media y estudiada. Te ibas corriendo de a pocos a pesar de los empujones como para no alejarte mucho de él y que te dejara de mirar. Te seguía mirando. Era casi evidente, mejor dicho, empezaste cual James Bond a usar el vidrio de tu teléfono celular para entrever al hombrecito este que te gustaba porque, hay que decirlo, te gustaba o te gustaba la situación en la que te veías envuelta con él. Él pareció darse cuenta porque una vez usaste tu dispositivo telescópico, casi pero que casi, casi inmediatamente, sonrío. Quizás porque él se creía muy atractivo o muy interesante o porque fuiste tú la que primero lo miró sin darte cuenta mientras pisabas los tres escalones para subir a ese bus. Quizás. En esas situaciones en donde hay tantos gallos apretujados todo puede ser, uno no sabe con quién intractúa y resulta amigo de miradas y enemigo de empujones. Había pasado ya una media hora, creo, cuando cerca a la Calle 100 viste cómo, ¿sentiste?, se levantó y fue a la mitad del vehículo en donde tú a trancas y mochas habías llegado infiltrándote en esos pequeñísimos recovecos. Pasó justo detrás tuyo y te susurró algo muy al oído, si duda ningua. Era para ti el mensaje. Tú eras la destinataria de esos códigos soplados. Luego siguió, gritó algo como ¡aquí! ¡jueputa! ¡Qué no oye! Y se bajó. Como estabas justo frente al andén en dónde se bajó pudiste ver cómo se quedó quieto mirando el bus y esperando un momento. ¿Qué esperaba? ¿A ti? Decidiste hacer nada porque eso que te habló en la oreja no lo entendiste. Ni jota. Como una ilusión se desvaneció todo y el resumen de todo eso fue que te miró.

El último.


Algún día he de morirme y conmigo todas estas memorias que son las mías. Algún día se han de morir todos mis recuerdos.

Data

¿Qué será de todo esto? De estos niños que suben a las mesas en los segundos pisos y gritan y juegan con muñecos de Mario Bros. ¿Qué de las siluetas que entreveo? De ese don que conversaba y me explicaba sobre dos hermanos menores y una historia en un pueblo perdido de donde lo sacaron corriendo hacía ya veinte años con sus días y horas. La doña que siempre saluda y pregunta por el don que me llama fijo mensualmente a echar chisme y acompañarse de sí mismo y sus espejos. Se desvanece por cada baldosa que continúa y cada saludo que se pierde en la memoria, en la mía. Cuántas camas he tocado, en cuántos colchones de sábanas y comidas que vienen en bandejas y servilleta de tela. Ella, la última vez, estaba incómoda al ingresar y verme en pijama. Pertenecíamos, parecía tan evidente, a tantas diferencias y tantas humanas casualidades que apenas la sonrisa desdibujó la pereza y esa incomodidad y se perdió en el corredor de alfombra roja en donde nunca he de verla nuevamente o conscientemente nuevamente. Hubo una  que en el primer piso de esa mole de cemento que me recordaba al Minotauro y su desgracia y que se río de alguna bobada mía colgado en el mueble y que no pretendía sino manifestar una queja al aire y el vapor colado. Cuántos que llegan sin dejar marca y se van. Cuántos sonidos de fondo e imágenes y palabras y juegos de palabras y canciones y risas y espacios vacíos que con miedo caminé y que se iluminan y se oscurecen y quizás se llenan vaciándose para asustar a alguien que nunca supo que yo estuve ahí sintiendo ese temor inexplicable que nos empuja a caminar rápido y mirar de lado a lado. Cuánta memoria tiene el universo que acumula todos los sucesos. Yo apenas puedo con unos pocos míos y quiero dormir sin sueño ni pesadilla en un eterno por siempre para siempre en donde todo esté presente y perceptible y no haya que preguntar porque las respuestas nunca se fueron para volver con moño rojo escondidas, esperando ser llamadas, encontrandas, violadas. Un punto entrópico en que todo converge a una voz que me habla sin sonido dentro de mí y me indica qué escribir mientras mis dedos pulsan y construyen códigos que brotan de las entrañas de mi infancia y mi primera lengua. Ahora acostado con un aparatejo sobre mis piernas. Hace poco usaba esferos. Ahora, sólo me sirven para firmar y unas pequeñas notas.