En espera

Por manadas.

Llegamos con la espera presumida en los ojos. Como perros con hambre ya cerca al plato, como tortugas recién paridas al mundo de la migración. La arena no era fría y apacible. El sol quemaba todas las yemas y se perdían derritiéndose los cristales de cada una de sus historias. Seis horas de infamia y hasta de risas. Seis horas de silencios y cavilaciones. De adormilaciones y bostezos en un cuarto enorme con sardinas apretujadas. Horas que se fueron en sentirse reflejado en las cabezas que asentían y confirmaban el tedio en la espera. Rostros que se sentaron de este lado porque los del otro controlaban el universo del día.  Seis horas de plegarias a un santo invisible, a una agilidad inesperada, a un giro de la suerte por un sello innecesario, por la entrada validada al desierto y a la mar.

Unos se quejaban de quien enfrente se sentaba. Otros de quien faltaba por sentarse. ¡Falta uno! ¡Que la saquen a ella! Aturdidos todos los cuerpos por el hambre y el olor de empanadas y café vendiéndose a la salida. Preparaciones que azuzaban todas las fosas y sus narices. Simples suspiros que en el horizonte sólo aquellos, con las monedas suficientes para no descompletar el bus amarillo del amancer, pudieron comprar.

Pocos habían dormido bien.

Y así se fue un día. En la claustrofobia de quien pide y en la frustración de quien todos los días debe ir a dar lo que le dijeron que diera. Depositarios de vaivenes lejanos. Garrafones de agua de lluvia o de florero que un aparato estatal perpetuado en las rayas y las puertas prestó.

Nadie es culpable. Sólo la utopía.

De cervezas.

Dos cervezas grandes para celebrar que hoy, es hoy. No pequeñas. Acumuladas en mililitros de necesidad de danza y cantos desafinados. De gritos y abrazos. Sudor que recorre las frentes y los cuellos de quienes beben la noche o el día de la fiesta y el jolgorio. Quizás la lujuria.

Por hoy, que no es mañana, me dejo hundir en la malta y todos los destilados. Hay música de fondo, la soledad abunda. Espero a que llegue quien espero que llegue. Con sus besos y abrazos. Con sus letras y palabras de un idioma lejano pero cercano: el mío.

A derrumbar la casa y echar las sábanas por las ventanas. Toda la comida ha de consumirse y las frutas han de acabarse. Sólo nos queda esta noche con sus luceros borrachos. Se derrama el tiempo por entre las paredes del patio trasero para tomarse a sí mismo y enlagunar de carnaval esta costa.

Por la luz que en unas horas se esconderá levanto la lata y la copa. El vaso y el cuncho. Porque te tengo entre mis manos. Así.

Antaño

Se miró al espejo como siempre lo hizo. Como todas las mañanas antes de cepillarse los dientes, antes de despejarse el cabello y quitarse las lagañas. Era evidente. Era esa evidencia que llega tan clara y completa como cuando la luz llega a los focos tras un apagón y alumbra y despeja todos los rincones del cuarto. Se dijo que quizás nunca realmente observó sus rasgos con tanto detalle y que tal vez hayan sido tantos años dedicados al trabajo, a la familia, a esos dos perros y ese gato, a tantas plantas que había por regar, a reuniones y reuniones, a viajes y paseos, a las citas con la familia, a las citas con los amigos, a las citas con las citas, a ver la televisión y cocinar y comer. Tanto tiempo dedicado a vivir y nunca notó que se le había ido la vida mientras vivía. El espejo dejaba ver nuevas arrugas, las primeras que todos ya seguramente habían notado. Dejaba ver menos pelo donde alguna vez lo hubo, un ojo mas caído, un cuello gallináceo. ¿Cuánta comida hay que sacarle a la nevera para decir que está ya casi vacía?

Es extraño, se dijo. Soñé que vivía la vida de un adulto y hoy me levanto con doce años cumplidos. Mamá ya debe haber servido el desayuno y me espera el bus para el colegio. ¿Cuántos años deberé esperar para quejarme como lo hace papá cada vez que se mira al espejo y suspira en silencio?

Anoche cuando me soñé.

Y entonces vino y me dijo: ¿Ya?

Sí, ya.

Es la hora triste, la hora en que te enfrentas a un mundo oscuro de soles radiantes y ríos cristalinos y verdes praderas. Te ha llegado la hora en donde la gente canta y baila y hasta se emborracha de sólo felicidad.

No lo entiendo, pensé que nunca llegaría este momento. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarme a él y caminar estos caminos. Me da tanto miedo. No sé qué hacer, cómo actuar. No sé si quedarme.

Y te entiendo, pero debes quedarte. No es opcional para ti. Mi primera vez, si vieras, fue muy dolorosa. Aún recuerdo que me temblaban las piernas al caminar y que el mareo me acosaba en los primeros pasos. Pero el dolor pasó. Se fue y me quedó la nostalgia de los ayeres que siempre preferimos. Aveces sonrío.

Sí, así me siento. Como quien deja la lluvia que le alimenta. O la oscuridad que le define...

Pero bueno, debes despertar ya. La vida que creemos cierta está al otro lado de este lado. Levántate. Que no hay tiempo que perder y hay sonrisas para arruinar.

(Y así, entre risas y carnavales abrió los ojos la primera.)